23 junio 2006

La ropa que nos ponen


Foto: John Adams
"La ropa que nos ponen". Autor: Koldo (Del libro “Diario de Itxaso”)


A un preso le queda el recurso de la huelga de hambre para hacer respetar sus derechos. A un náufrago siempre le sobrevive la esperanza de que aparezca un barco para hacer valer sus ilusiones. A un bebé no le va a quedar más remedio que aceptar la ropa que se le ponga. Sin embargo, el que no podamos expresar quejas formales sobre la indumentaria con que se nos viste, no quiere decir que carezcamos de opinión al respecto.


Porque otra vez, en la ropa, van a encontrar los padres excusas para vestirse, pretextos para mostrarse, razones para volver a ser, muchos años después, el sueño que no fueron.
De ahí su insistencia en proyectar sobre los hijos, no sólo sus ideas, también sus creencias, sus pasiones, sus gustos.


Antes de vestir a un bebé debieran los padres preguntarse a quién, en verdad, están vistiendo, para qué lo visten, ponerse unos segundos en el lugar del bebé y responderse si los lazos rosas en la cabeza del bebé, además de ridículos, no suponen un peligro, responderse si no habrá comido ya el bebé suficientes hilachas de lana del pijama que le tejiera la abuela como para no quitárselo, responderse cuál pueda ser el destino de las arandelas bordadas en el cuello, de los botones de la camisa, que no sea la boca del bebé. El hecho de que el abuelo le haya regalado un abrigo al bebé, por ejemplo, no obliga a los padres a ponérselo cada vez que lo visitan, especialmente, en verano.


En caso de dudas, bastaría con apelar al sentido común para dar con las respuestas correctas pero, dadas las carencias de tan común sentido, mejor les dejo algunas oportunas recomendaciones:


1.-Nada más delicado que la piel de un bebé por lo que no se recomienda tejidos que no sean naturales o que irriten la piel. La tela de saco, por ejemplo, podrá ser muy barata pero no es adecuada. Además, las pomadas y ungüentos que tendrá que comprar para aliviar la piel de su bebé le saldrán más caras.
2.-La ropa de un bebé debe ser holgada. Tenga la seguridad de que a él, al menos por el momento, no le inquieta demasiado la imagen que pueda proyectar y antepone la comodidad a cualquier otro detalle.


A algunos padres, vestir a sus bebés con ropa holgada les ayuda a evitar desagradables accidentes domésticos, y a los bebés les ahorra brazos partidos, tendones rotos, clavículas fuera de su sitio, por el empeño en vestirlos con ropas demasiado estrechas.


3.-Son muchos los vestidos, camisitas, pijamas, baberos o los llamados “bodies” que por distintas razones, además de su mala calidad, desprenden hilos. Para no tener que buscarlos con pinzas en la garganta del bebé es recomendable asegurarse de que la ropa que se le ponga no desprenda hilachas.
4.-Si para ponerle el pijama a su bebé deben los padres atenerse al manual de instrucciones que traiga el pijama, con la localización en un plano de los botones, los cierres, los pliegues y demás fases que implique la operación, es preferible buscar otro pijama o arroparlo con una manta. Recuerde que la sencillez no es una desgracia, ni una tara, ni un delito.
5.-La ropa, incluyendo los pañales, debe cambiarse con cierta frecuencia, la necesaria para que el bebé no atraiga las moscas más de lo debido.
Aunque los estómagos de los bebés no pueden, todavía, ni en su forma ni en su medida, procesar los alimentos que ingiere y digiere un adulto, ¡los bebés también cagamos! ¡Necesitamos que nos cambien!


COMO NO EQUIVOCARSE AL VESTIR A UN BEBE


Es posible que ninguna receta sea infalible, y la que sigue es un buen ejemplo, pero me arriesgo a sugerirles los siguientes pasos para no tener que lamentar errores.
El primer paso consiste en aprender de memoria las definiciones que el diccionario de la lengua nos aporta sobre estas dos palabras:

  • Vestir: Acto de poner o ponerse la ropa.
  • Disfrazar: Cambiar el aspecto natural de personas o cosas

Una vez haya aprendido ambas definiciones deberá proceder a vestir o disfrazar a su hijo, según sea su interés. Le recuerdo que los carnavales, generalmente, son en febrero.
El segundo paso exige tres compromisos de su parte:


-Primer compromiso: Ningún delito que haya podido cometer su hijo es merecedor de que lo vista de “Marinerito”. No importa lo que haya hecho, no importa la gravedad de su falta, de ninguna manera puede un niño ser forzado a padecer traje de tanto ultraje. Ni siquiera en caso de primera comunión es aconsejable atuendo tan anacrónico. El niño “marinero” no sólo será objeto de crueles bromas por parte de amigos y enemigos, sino que acabará perdiendo su fe en el ser humano el día en que, de verdad, conozca a un marinero.


-Segundo compromiso: Nunca disfrace a su hija de “niña de la pradera”. Hablo de esos vaporosos vestidos de doble ruedo, con enaguas, incluso, y cuello y sobrecuello, y manga y sobremanga, y blanco delantal de amplios bolsillos con florecillas bordadas en hilo. Su hija no tiene la culpa de que usted haya tenido un mal día.


-Tercer compromiso: Se le puede disculpar que, ocasionalmente, en circunstancias muy especiales, disfrace a su hijo de marinerito. Se le puede perdonar que, abrumado por quién sabe qué causas, ponga a su hija en evidencia. Pero nunca, bajo ningún concepto, los vista de adultos.

Publicado en Rebelión el 23/06/2006

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