04 enero 2007

Yalal ud-din RUMI



Imagen : L isa Dietrich
Texto: Editorial oriente y mediterraneo


La vida de Rumi abarca sesenta y cuatro años del siglo XIII, pues nació en 1207 en la ciudad de Balij, del Jorasán, en el actual Afganistán. Fueron años agitados, en los que las invasiones mongolas obligaron a su familia a abandonar su tierra. Su primera escala, Nishapur, la patria de Omar Jayyam, tuvo gran importancia en su vida, pues allí conoció al famoso poeta sufí Farid ud-Din Attar, autor de El lenguaje de los pájaros, quien le regaló su Libro de los secretos. La familia recaló, finalmente, en Larenda, donde Rumi contrajo matrimonio y tuvo dos hijos, Sultán Walad y Ala ud-Din Chelebi. Tras continuar su formación intelectual y espiritual en Alepo y Damasco, entre 1240 y 1244 se estableció en Konya, donde alcanzó gran reputación. A los treinta y siete años, conoció a Shams de Tabriz, un derviche errante, que cambió su vida. Sultan Walad cuenta que su padre buscaba un maestro, pero no lo hallaba, y el deslumbramiento de su encuentro con Shams trastocó su vida: “Tras una larga espera, Mevlana vio el rostro de Shams; los secretos se volvieron claros como el día. Vio lo que no se puede ver, oyó lo que nadie había oído nunca… Se enamoró de él y quedó anonadado… El estudioso profesor ortodoxo de teología dejó de enseñar y, para desengaño de gran número de sus discípulos, se convirtió en un devoto apasionado de Shams… La persona que siempre había mirado la música como indeseable, se convirtió en un gran amante de ella. Pasaba horas escuchándola y bailando en éxtasis…”, según relatan los testimonios de su hijo y de Iqbal en su obra Vida y obra de Rumi. Mevlana y Shams pasaron seis meses juntos, pero la animadversión hacia su nuevo amigo por parte de los discípulos de Rumi lo obligaron a partir. Mevlana no pudo soportar la separación y envió a su hijo a buscarlo, pero la hostilidad de sus discípulos aún se hizo mayor, hasta que el 3 de diciembre de 1247 Shams desapareció definitivamente, según algunos asesinado por discípulos de Rumi, quien salió dos veces en su busca y escribió en la puerta de la celda de Shams:

Era nieve, con tus rayos me fundí;
La tierra me bebió; niebla de espíritu,
Remonto hacia el Sol.

Desaparecido Shams, Rumi se entregó aún más a la música y la danza, instituyendo la samá, manifestación espontánea de la emoción además de oficio litúrgico, y escribió su Diván de Shams Tabrizí. Más adelante, el herrero Salah ud-Din, que había cautivado la atención de Rumi, con su armonioso martilleo sobre el yunque, se convirtió en el confidente del poeta y el iluminador de sus manuscritos. A su muerte, Chelebi se convirtió en su discípulo más próximo, y gracias a su insistencia Rumi inició la redacción de su Masnaví en 1261 y no lo abandonó hasta su muerte en 1273.

[Rubayat, col. poesía del oriente y del mediterráneo, nº 7]

Los rubayat, breves poemas constituidos por cuatro medios versos, que riman el primero, segundo y cuarto, quedando, en general, el tercero libre, es una forma que ha tentado a casi todos los poetas persas. En ellos expresa el místico su compleja doctrina, que se resume a la fuerza del Amor.




- Poemas -

Acéptame, oh amigo, y mi vida arrebata.
Embriágame y de los dos mundos arrebátame.
Con todo lo que apacigüe mi corazón sin ti,
préndeme fuego. Cada cosa arrebata.

***

Grité y en aquel grito ardí.
Callé y marginado y mudo ardí.
De los márgenes todos me arrojó.
Al centro fui y en el centro ardí.

***

De tanta tristeza y suspirar por ti
temo que el deseo me destruya a mí,
que de ti arrancado, alma de mi mundo,
la sangre me huye y no sabes de mí

***

Primero con mil favores me acarició,
al final con mil angustias me consumió.
Como canica de amor fui yo en su juego,
por entero me hizo suyo y entonces me disparó.

***

Oh tú, par al sol matutino, ven.
Sin tu rostro hoja y jardín palidecen, ven.
Tierra y polvo es el mundo sin ti, ven.
La fiesta gozosa es frío sin ti, ven.

***

Me lanzo embriagado allí
por ver que el alma del mundo está allí:
o el pie alcance mi objetivo y meta
o, como el corazón, pierda la cabeza allí.

***

Ese bocado que no cabe en la boca, pídelo
y esa ciencia que no cabe en palabras, pídela.
Hay un secreto dentro del corazón de los hombres de Dios.
No cabe en ese centro Gabriel, pídelo.

***

La flor de granada esclava es de tu cara, no duermas.
¡Oh labios de grana que derraman perlas, no duermas!
¡Oh narciso ebrio que la sangre bebes, no duermas!
Es noche de fiesta esta noche, no duermas.

***

No necesitamos vino para la ebriedad,
ni para gozar del encuentro arpa ni rebab.
Alegres y ebrios estamos tal ebrios de amor,
sin escanciadora, flauta ni juglar.

***

La ciencia que desate nudo busca.
Aquella, antes de que el alma te escape, busca.
El no existente que parece existente, deja.
El existente que no existente parece, busca.

***

El sol es doble, ¡qué día es el de hoy!
Fuera está de los días y separado, el de hoy.
Desde la rueda voces y lluvias caen sobre los hijos de la tierra.
¡Perdidos corazones: la buena nueva! Es vuestro día el de hoy.

***

¡Eh, agua de vida, gota de agua de tu cara!
¡Eh, luna del cielo, reflejo del destello de tu cara!
Dije que quería luna para la noche larga:
noche de la noche de tu bucle y luna de tu cara.

***

Dije a la noche: pues tienes fe en la luna
tu fugaz pasar se debe a la inconstancia suya.
La noche me miró y esta excusa me daba:
y yo qué culpa tengo si el amor no acaba.

***

Nuestro sol y estrellas, nuestra luna es él,
nuestro pecho y casa y patio y vergel,
también es la Caba; también la promesa y el ayuno es;
y hasta el Ramadán, la noche de Ghadr y la fiesta es él.

***

No es el amor más que beber vino de eternidad.
Vivimos para entregar la vida, otra razón no hay.
Dije: cuando yo te conozca, pereceré.
Dijo: para quien me conoce muerte no habrá.

***
Vinculo relacionado: Rumi o la danza del corazón

La Respiración como Vía de Transformación Espiritual



Por Jalil Bárcena

Como partes esenciales de la Vía espiritual del musulmán. El Islam es un modo de estar en el mundo y por eso es fundamental el encuentro con lo necesario para el cuerpo. Hacer de las necesidades partes de la Vía es el principio del Islam, porque el órgano que realiza el Islam es el cuerpo. Jalil Bárcena, autor del presente artículo, es actualmente Director del Institut d'Estudis Sufís de Barcelona






“Alguien, dentro de tu respiración,
te da también respiración,
promesas de unión
Respira con él hasta tu último aliento.
Él te lo da con amabilidad y misericordia”
Hazrat Yalal-ud-Din Rumí


Hace un puñado de años, en la ciudad de Damasco, no muy lejos de la mezquita erigida a la memoria del místico sufí andalusí Muhy-ud-Din Ibn ‘Arabí, en un barrio de estrechas y retorcidas callejuelas y bullicio popular, trabé amistad por azar con un derviche errante de rostro apergaminado y barba en forma de puñal yemení, que en un árabe aproximativo —el hombre resultó ser iraní a la postre— me obsequió con una sugestiva teoría acerca del valor de la respiración. Según el decir sabio de aquel hombre, Dios otorga a cada ser humano al nacer un número exacto de respiraciones, ni una más ni una menos; lo cual implica que si las dilapidamos a lo loco respirando de cualquier modo, antes perecemos. Ni que decir tiene que para aquel anciano derviche, que debía de rondar los ochenta, calculo yo, el secreto de la longevidad estribaba en respirar pausada y profundamente.

Un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha puesto de relieve que los habitantes del llamado primer mundo industrial y desarrollado respiramos hoy en día el doble que hace unas décadas. Y todo ello debido a la ansiedad que promueve un estilo de vida acelerado y competitivo hasta la neurosis. Hoy nadie duda que el siglo XX ha sido la centuria de la velocidad. La prisa ha infectado nuestras vidas. Tenemos prisa a la hora de comer, de respirar, de amar, de relacionarnos con los demás… Y si bien es cierto que de la velocidad hemos obtenido importantes recompensas, el precio que hemos pagado por ellas ha sido muy alto, excesivo diría yo. Ya lo decía Pascal: “Todo lo que se perfecciona por progreso, perece también por progreso”. Por eso, la lentitud constituye una de las máximas aspiraciones del milenio que viene. Lentitud, en suma, para disfrutar de lo más sencillo.

El interés por lo simple y lo natural está emergiendo cada vez más como una referencia saludable en nuestra sociedad contemporánea. Poco a poco, lo cualitativo se antepone a lo cuantitativo, lo elemental a lo complicado, lo esencial a lo superfluo. Y dicha tendencia no obedece a una moda más o menos pasajera, ni es un mero fruto de la casualidad. Paralelamente al paulatino deterioro del medio ambiente que impone una cierta forma de entender el progreso, aflora hoy con fuerza el convencimiento de que nos va mucho en la preservación de la naturaleza. Una naturaleza que, muy probablemente, constituirá un bien escaso en un futuro menos lejano de lo imaginado. Y es que según vaticina el ensayista alemán Hans Magnus Enzesberger, los grandes lujos del futuro serán cosas tan básicas como la naturaleza, el agua y… el aire que respirar.
[...]
“En la creación de los cielos y de la tierra y en la sucesión del día y de la noche, hay signos para los que saben reconocer la esencia de las cosas”

(Corán 3, 190)
[...]
Sufismo y respiraciónSi bien podemos degustar la fértil literatura sufí por su cautivadora belleza estética, lo que es cierto es que, esencialmente, se trata de una literatura de acción. En definitiva, respirar, al igual que vivir, no constituye una idea ni una creencia, como tampoco lo es el tauhid, verdadero núcleo del trabajo sufí, sino un acto, una experiencia a encarnar.
Afirma el insigne sufí Abu Yazid al-Bistami (m. 874): “Para el gnóstico, el verdadero culto es la respiración”. Y el no menos célebre Abu Bakr ash-Shibli (m. 945) sostiene: “El tasauuf es el control de las facultades y la observación de la respiración”. En el marco de la ya antes mencionada escuela sufí de origen persa naqshabandí, la respiración ocupa un espacio capital en tanto que vía de transformación espiritual. Dice su fundador, Bahauddin Naqshaband (1317-1389): “Esta escuela está construida toda ella sobre la respiración. Por eso es un deber para todos los buscadores ser conscientes de la respiración en cada inhalación y exhalación”. Más aún, la primera de las once reglas que conforman el trabajo naqshabandí dice así: hush dar dam, que vertido del farsí significa ‘conciencia de la respiración’, uno de los métodos más potentes para crear una conciencia interior.

Sea cual fuere la circunstancia en la que se halle, el murid tratará, en todo momento, de anclar su atención en la entrada y la salida del aire. Bajo la tutela de un guía experto y competente, condición ésta indispensable en todo trabajo que implique la modificación de la respiración, perseverará en la senda, hasta el punto de oír en la música silente de la inhalación y la exhalación el eco bello y al tiempo poderoso de la divinidad.

Sabido es que el sufí gusta de llamarse a sí mismo hijo del instante, ibn-ul-uaqt en árabe. Curiosamente (o no tanto), el vocablo farsí dam expresa al mismo tiempo los conceptos de respiración e instante, por lo que podríamos afirmar que el sufí es un hijo del instante, sí, pero también de la respiración. Lo cierto es que respiramos siempre en presente. Comemos, bebemos y dormimos, por ejemplo, para unas cuantas horas, valga la expresión. Sin embargo respiramos en, desde y para el presente. Y es que el tiempo del sufí está hecho de ahoras. Para él, sólo el instante es eterno.

La respiración posee una inequívoca dimensión transformadora, alquímica podríamos decir y en el contexto sufí está estrechamente ligada al dhikr. Efectivamente, todo dhikr o acto de recuerdo, de rememoración de la presencia divina, ya sea vocal (yahri) o silencioso (jafi), individual o colectivo, posee una dinámica respiratoria precisa. Las diferentes prácticas respiratorias sufíes operan una evidente metamorfosis en nuestra percepción del hecho respiratorio. Los límites ilusorios de la individualidad, los mismos que nos impiden palpar la unidad que hay en todo, se desvanecen, se esfuman en el cosmos. Al fin y al cabo, todo el universo es respiración. En el acto respiratorio se produce la unidad orgánica del individuo y el universo. La pretensión egoísta de ser uno el protagonista de la respiración desaparece. En realidad, uno ya no es el que respira, sino que más bien se siente respirado.

Ciertamente, la respiración es un símbolo del vivir, esto es, del ser, pero también lo es del morir. Si la inspiración nos conecta orgánicamente a la energía del universo, como hemos dicho, la expiración constituye una especie de muerte, de aniquilación, de entrega generosa y abandono confiado a la divinidad que late en cada aliento. ¿Acaso no es éste el sentido literal del término islam?

Vivimos con el temor de perderlo todo. Erróneamente creemos que dar significa perder. Sin embargo, es todo lo contrario. Soy en la medida que más doy. Por paradójico que pueda parecer, cuanto más doy más tengo. Por eso, nadie que no sea generoso exhalará sin sobresaltos, puesto que temerá perder la vida en cada aliento exhalado. Y al contrario, una persona generosa pronunciará un gracias sincero con cada expiración que se desliza de su ser y en cada acto de vaciado hallará la plenitud de la vida. Del mismo modo que una persona recalcitrantemente egoísta jamás tendrá bastante con el aire que inhala. Si por él fuera, consumiría la vida inspirando y aún así no tendría suficiente aire. La expiración le supondrá un lastre pesado; para él, estará de más.

Quizás por todo ello, y otras muchas cosas más, los sufíes han escogido la rosa como uno de los símbolos predilectos de su trabajo interior. Es de sobras conocido que si cortamos puntualmente las rosas que brotan de un rosal, éste nos obsequiará con muchas rosas más. Si, por el contrario, dejamos que éstas se marchiten en la planta, su producción será menor. ¿Cabe una mayor generosidad?

Hablando de rosas y de respiración, me gustaría mencionar finalmente, siquiera sea de pasada, el papel que los perfumes juegan en el islam, en general, y en el sufismo, en particular. De hecho, todas las grandes culturas se han sentido fascinadas por la magia y el hechizo de los perfumes. Éstos poseen notables propiedades curativas. La llamada aromaterapia los usa con notable acierto gracias a su carácter apaciguador. En el Oriente islámico vienen siendo utilizados con fines terapéuticos y espirituales desde hace muchos siglos. La verdad es que en los perfumes orientales ya es un aroma hasta el propio nombre.