Un impasse cada vez más precario entre Washington y Teherán
En las sociedades toscas y brutales, la Línea del Partido es proclamada públicamente, y debe ser obedecida. De lo contrario, uno debe atenerse a las consecuencias. En las sociedades donde el Estado ha perdido la capacidad de controlar por la fuerza, la Línea del Partido no es proclamada. Más bien, es presupuestada, y un vigoroso debate es alentado dentro de los límites impuestos por la inexpresada ortodoxia doctrinaria.
El sistema tosco conduce a una natural incredulidad. La variante sofisticada ofrece la impresión de apertura y libertad, y sirve para imponer la Línea del Partido como algo más allá de toda cuestión, incluso más allá de todo razonamiento. Es como el aire que respiramos.
En el cada vez más precario impasse entre Washington y Teherán, una Línea del Partido confronta a la otra. Entre las bien conocidas víctimas inmediatas están los detenidos iraníes-norteamericanos Parnaz Azima, Haleh Esfandiari, Ali Shakeri y Kian Tajbakhsh. Pero el mundo entero es un rehén en el conflicto Estados Unidos-Irán, donde, después de todo, las apuestas son nucleares.
De manera que no sorprende a nadie que el anuncio del presidente George W. Bush de un “surge” o incremento de tropas en Iraq como reacción al pedido de la mayoría de los estadounidenses de iniciar una retirada, y las aún más fuertes demandas de los (irrelevantes) iraquíes, fuera acompañado de ominosas filtraciones sobre combatientes que actúan desde bases iraníes y que usan en Iraq artefactos explosivos fabricados en Irán. El propósito sería desbaratar la victoria de Washington, la cual es —por definición— noble. Luego le siguió el anticipado debate: los halcones dicen que debemos adoptar violentas medidas contra este tipo de interferencias foráneas en Iraq. Las palomas replican que primero debemos asegurarnos de que la evidencia es verificable. El debate puede continuar sin parecer absurdo siempre que contemos con la tácita suposición de que somos los dueños del mundo. Por consiguiente, la interferencia está limitada a aquellos que estorban nuestros objetivos en un país que invadimos y ocupamos.
¿Cuáles son los planes del cada vez más desesperado compadrazgo que mantiene un estrecho poder político en los Estados Unidos? Declaraciones amenazantes, off-the-record, de miembros del equipo del vicepresidente Dick Cheney han aumentado los temores de una expansión de la guerra.
“Uno no quiere dar argumentos adicionales a los nuevos locos que dicen, ‘vayamos y bombardeemos Irán’ ”, dijo el mes pasado a la BBC Mohamed ElBaradei, director de la Agencia Internacional de Energía Atómica. “Cada mañana me despierto y leo que otros 100 iraquíes, civiles inocentes, han muerto”.
La Secretaria de Estado norteamericana, Condoleeza Rice, que parecería estar enfrentada a los “nuevos locos”, intenta, al parecer, buscar una vía diplomática con Teherán. Pero la Línea del Partido permanece, sin cambios. En abril, Rice habló sobre lo que pensaba decir en caso de encontrarse con su homólogo iraní Manouchehr Mottaki en la conferencia internacional sobre Iraq a efectuarse en Sharm el Sheikh. “¿Qué necesitamos hacer? Es bastante obvio”, dijo Rice. “Paren el flujo de armas a los combatientes extranjeros, paren el flujo de combatientes extranjeros que cruzan las fronteras”. Por supuesto, se refería a los combatientes y armas iraníes. Los combatientes y armas de Estados Unidos no son “extranjeros” en Iraq. Ni en cualquier otro lugar. La premisa tácita que subyace a su comentario, y virtualmente a toda discusión pública sobre Iraq (y más allá) es que somos los dueños del mundo. ¿No tenemos el derecho de invadir y destruir un país extranjero? Por supuesto que lo tenemos. Eso es algo dado. La pregunta es: ¿funcionará el envío de más tropas? ¿O alguna otra táctica? Tal vez esta catástrofe nos está costando demasiado. Y esos son los límites de los debates entre los candidatos presidenciales, el Congreso y los medios de difusión, con raras excepciones. Esa es parte de la razón de que los debates sean tan poco categóricos. Los temas básicos no son discutibles. Sin duda alguna Teherán merece una fuerte condena, ciertamente por su severa represión doméstica y la inflamatoria retórica del presidente Mahmoud Ahmadinejad. Sin embargo, es útil preguntar cómo habría actuado Washington si Irán hubiera invadido Canadá y México, derrocado a los gobiernos de esos países, asesinado a decenas de miles de personas, desplegado importantes fuerzas navales en el Caribe y lanzado amenazas creíbles de destruir a Estados Unidos si no terminaba inmediatamente con sus programas de energía nuclear (y armamentos). ¿Habríamos observado la situación con tranquilidad?
Después que Estados Unidos invadió Iraq, “si los iraníes no hubieran intentado fabricar armas nucleares, estarían locos”, dice el historiador militar israelí Martin van Creveld. Seguramente ninguna persona sana desea que Irán (o cualquier otro) desarrolle armamento nuclear. Una solución razonable a la crisis permitiría a Irán desarrollar la energía nuclear, según sus derechos, de acuerdo con el Tratado de No Proliferación, pero no armas nucleares.
¿Es ese desenlace posible? Lo sería, pero con una condición: que Estados Unidos e Irán fuesen sociedades democráticas que funcionen a plenitud, en las cuales la opinión pública tenga un impacto importante en la política, superando el enorme abismo que ahora existe en muchos asuntos críticos, incluyendo este. La solución razonable tiene un apoyo abrumador entre los iraníes y los estadounidenses, quienes están de acuerdo en general sobre los asuntos nucleares, según encuestas recientes del Program on International Policy Attitudes, de la universidad de Maryland.
El consenso iraní-estadounidense se extiende a la completa eliminación de las armas nucleares en todas partes (82 por ciento de los estadounidenses). Y si eso no se puede conseguir, al menos resultaría importante “una zona libre de armas nucleares en el Medio Oriente que incluiría los países islámicos e Israel (71 por ciento de los estadounidenses)”.
Para un 75 por ciento de los norteamericanos, es mejor construir relaciones con Irán en vez de utilizar amenazas de fuerza. Estos hechos sugieren un posible modo de impedir que la crisis actual explote, tal vez incluso de una Tercera Guerra Mundial, como fue pronosticado por el historiador militar británico Correlli Barnett. Esa tremenda amenaza podría ser impedida persiguiendo una propuesta familiar: la promoción de la democracia.
Aunque no podemos llevar a cabo este proyecto directamente en Irán, podemos actuar para mejorar las perspectivas de valientes reformistas y opositores que intentan conseguir exactamente eso. Entre ellos se incluyen personas como Saeed Hajjarian, la Premio Nobel Shirin Ebadi y Akbar Ganji, y aquellos que usualmente permanecen en el anonimato, como los dirigentes gremiales.
Podemos mejorar las perspectivas para la promoción de la democracia en Irán por medio de un drástico cambio en la política de Estados Unidos, de tal modo que refleje la opinión popular. Esto implicaría retirar las amenazas que caen como maná del cielo para los sectores iraníes de línea dura, y son amargamente condenadas por aquellos iraníes que intentan promover la democracia. Podemos actuar para abrir algún espacio entre aquellos que buscan derrocar desde adentro la reaccionaria y represiva teocracia, en lugar de socavar sus esfuerzos por medio de las amenaza y del militarismo.
La promoción de la democracia, aun cuando no sea una panacea, sería un paso útil para ayudar a que Estados Unidos se transforme en un “accionista responsable” en el orden internacional (para adoptar el término usado por los adversarios), en lugar de ser objeto de miedo y de disgusto en la mayor parte de todo el mundo. Aparte de ser un valor en sí mismo, una democracia en funcionamiento en este país significa una promesa. Sería el simple reconocimiento de que no somos los dueños del mundo, sino que lo compartimos.
El sistema tosco conduce a una natural incredulidad. La variante sofisticada ofrece la impresión de apertura y libertad, y sirve para imponer la Línea del Partido como algo más allá de toda cuestión, incluso más allá de todo razonamiento. Es como el aire que respiramos.
En el cada vez más precario impasse entre Washington y Teherán, una Línea del Partido confronta a la otra. Entre las bien conocidas víctimas inmediatas están los detenidos iraníes-norteamericanos Parnaz Azima, Haleh Esfandiari, Ali Shakeri y Kian Tajbakhsh. Pero el mundo entero es un rehén en el conflicto Estados Unidos-Irán, donde, después de todo, las apuestas son nucleares.
De manera que no sorprende a nadie que el anuncio del presidente George W. Bush de un “surge” o incremento de tropas en Iraq como reacción al pedido de la mayoría de los estadounidenses de iniciar una retirada, y las aún más fuertes demandas de los (irrelevantes) iraquíes, fuera acompañado de ominosas filtraciones sobre combatientes que actúan desde bases iraníes y que usan en Iraq artefactos explosivos fabricados en Irán. El propósito sería desbaratar la victoria de Washington, la cual es —por definición— noble. Luego le siguió el anticipado debate: los halcones dicen que debemos adoptar violentas medidas contra este tipo de interferencias foráneas en Iraq. Las palomas replican que primero debemos asegurarnos de que la evidencia es verificable. El debate puede continuar sin parecer absurdo siempre que contemos con la tácita suposición de que somos los dueños del mundo. Por consiguiente, la interferencia está limitada a aquellos que estorban nuestros objetivos en un país que invadimos y ocupamos.
¿Cuáles son los planes del cada vez más desesperado compadrazgo que mantiene un estrecho poder político en los Estados Unidos? Declaraciones amenazantes, off-the-record, de miembros del equipo del vicepresidente Dick Cheney han aumentado los temores de una expansión de la guerra.
“Uno no quiere dar argumentos adicionales a los nuevos locos que dicen, ‘vayamos y bombardeemos Irán’ ”, dijo el mes pasado a la BBC Mohamed ElBaradei, director de la Agencia Internacional de Energía Atómica. “Cada mañana me despierto y leo que otros 100 iraquíes, civiles inocentes, han muerto”.
La Secretaria de Estado norteamericana, Condoleeza Rice, que parecería estar enfrentada a los “nuevos locos”, intenta, al parecer, buscar una vía diplomática con Teherán. Pero la Línea del Partido permanece, sin cambios. En abril, Rice habló sobre lo que pensaba decir en caso de encontrarse con su homólogo iraní Manouchehr Mottaki en la conferencia internacional sobre Iraq a efectuarse en Sharm el Sheikh. “¿Qué necesitamos hacer? Es bastante obvio”, dijo Rice. “Paren el flujo de armas a los combatientes extranjeros, paren el flujo de combatientes extranjeros que cruzan las fronteras”. Por supuesto, se refería a los combatientes y armas iraníes. Los combatientes y armas de Estados Unidos no son “extranjeros” en Iraq. Ni en cualquier otro lugar. La premisa tácita que subyace a su comentario, y virtualmente a toda discusión pública sobre Iraq (y más allá) es que somos los dueños del mundo. ¿No tenemos el derecho de invadir y destruir un país extranjero? Por supuesto que lo tenemos. Eso es algo dado. La pregunta es: ¿funcionará el envío de más tropas? ¿O alguna otra táctica? Tal vez esta catástrofe nos está costando demasiado. Y esos son los límites de los debates entre los candidatos presidenciales, el Congreso y los medios de difusión, con raras excepciones. Esa es parte de la razón de que los debates sean tan poco categóricos. Los temas básicos no son discutibles. Sin duda alguna Teherán merece una fuerte condena, ciertamente por su severa represión doméstica y la inflamatoria retórica del presidente Mahmoud Ahmadinejad. Sin embargo, es útil preguntar cómo habría actuado Washington si Irán hubiera invadido Canadá y México, derrocado a los gobiernos de esos países, asesinado a decenas de miles de personas, desplegado importantes fuerzas navales en el Caribe y lanzado amenazas creíbles de destruir a Estados Unidos si no terminaba inmediatamente con sus programas de energía nuclear (y armamentos). ¿Habríamos observado la situación con tranquilidad?
Después que Estados Unidos invadió Iraq, “si los iraníes no hubieran intentado fabricar armas nucleares, estarían locos”, dice el historiador militar israelí Martin van Creveld. Seguramente ninguna persona sana desea que Irán (o cualquier otro) desarrolle armamento nuclear. Una solución razonable a la crisis permitiría a Irán desarrollar la energía nuclear, según sus derechos, de acuerdo con el Tratado de No Proliferación, pero no armas nucleares.
¿Es ese desenlace posible? Lo sería, pero con una condición: que Estados Unidos e Irán fuesen sociedades democráticas que funcionen a plenitud, en las cuales la opinión pública tenga un impacto importante en la política, superando el enorme abismo que ahora existe en muchos asuntos críticos, incluyendo este. La solución razonable tiene un apoyo abrumador entre los iraníes y los estadounidenses, quienes están de acuerdo en general sobre los asuntos nucleares, según encuestas recientes del Program on International Policy Attitudes, de la universidad de Maryland.
El consenso iraní-estadounidense se extiende a la completa eliminación de las armas nucleares en todas partes (82 por ciento de los estadounidenses). Y si eso no se puede conseguir, al menos resultaría importante “una zona libre de armas nucleares en el Medio Oriente que incluiría los países islámicos e Israel (71 por ciento de los estadounidenses)”.
Para un 75 por ciento de los norteamericanos, es mejor construir relaciones con Irán en vez de utilizar amenazas de fuerza. Estos hechos sugieren un posible modo de impedir que la crisis actual explote, tal vez incluso de una Tercera Guerra Mundial, como fue pronosticado por el historiador militar británico Correlli Barnett. Esa tremenda amenaza podría ser impedida persiguiendo una propuesta familiar: la promoción de la democracia.
Aunque no podemos llevar a cabo este proyecto directamente en Irán, podemos actuar para mejorar las perspectivas de valientes reformistas y opositores que intentan conseguir exactamente eso. Entre ellos se incluyen personas como Saeed Hajjarian, la Premio Nobel Shirin Ebadi y Akbar Ganji, y aquellos que usualmente permanecen en el anonimato, como los dirigentes gremiales.
Podemos mejorar las perspectivas para la promoción de la democracia en Irán por medio de un drástico cambio en la política de Estados Unidos, de tal modo que refleje la opinión popular. Esto implicaría retirar las amenazas que caen como maná del cielo para los sectores iraníes de línea dura, y son amargamente condenadas por aquellos iraníes que intentan promover la democracia. Podemos actuar para abrir algún espacio entre aquellos que buscan derrocar desde adentro la reaccionaria y represiva teocracia, en lugar de socavar sus esfuerzos por medio de las amenaza y del militarismo.
La promoción de la democracia, aun cuando no sea una panacea, sería un paso útil para ayudar a que Estados Unidos se transforme en un “accionista responsable” en el orden internacional (para adoptar el término usado por los adversarios), en lugar de ser objeto de miedo y de disgusto en la mayor parte de todo el mundo. Aparte de ser un valor en sí mismo, una democracia en funcionamiento en este país significa una promesa. Sería el simple reconocimiento de que no somos los dueños del mundo, sino que lo compartimos.
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