03 noviembre 2006

El periodico

….el periódico que yo leo…

Mientras caminaba hacia el kiosco de revistas aquella mañana y recorría esta calle nuestra de cada día, durante ese pequeño paseo, un mundo a cámara rápida le asaltaba. El paisaje, cada día más hostil. Ruidos. Ruido de gente con prisa, coches, humo, autobuses que paran y arrancan, gente aprisionada contra los cristales, contra los horarios, bocinazos, más prisas, y todos corriendo en zigzag, sin rumbo. Disfrazados, no vestidos.

El camino ya lo conoce desde el mismo día de su jubilación, salir del portal, recorrer su manzana, esperar al semáforo y cruzar la calle. En días de lluvia como aquél, los huesos le advertían, le recordaban aquella maldita lesión en la cadera. En aquellos días había demasiado trabajo, ni siquiera pensó en cogerse la baja. No, no le daría al cuerpo la concesión de un bastón. El camino anterior, el que ya caducó, aquel todavía más monótono recorrido hasta llegar a la taquilla con el mono de trabajo azul, la brisa del tiempo lo irá desgastando en un lento proceso de erosión, que durará más que su propia vida. Cambio de unas costumbres por otras, obligadas unas, resignadas todas.

Seguía usando el despertador, pues tenía la certeza de que al cuerpo no hay que dejarlo libre o acabaría siendo dominado por aquél acompañante que iba, poco a poco, apagándose y acabando con él. Después de levantarse y de ducharse metódica y escrupulosamente, se vestía empleando el tiempo que nunca tuvo durante los cuarenta y siete años que estuvo trabajando en la fábrica. Lo hacía ceremoniosamente, y siempre en función de la meteorología y expresando su cambiante estado de ánimo. Al llegar a la cocina, donde él mismo había preparado la mesa el día anterior, sólo tenía que calentarse el café para acceder al desayuno preparado y tranquilo que la vida y los horarios le habían robado durante tantos años. Allí, mientras se calentaba el café, escuchaba las unas noticias que cada vez estaban más lejos de su propia realidad.

A las nueve, mientras tomaba el café, sonaba la primera sirena. Sonaba todos los días, a las horas de entrada y salida de los turnos de su antigua fábrica. Incluso ahora, que después de tantos años la competencia feroz de la modernidad y del progreso la habían cerrado y derribado, la sirena seguía viva dentro de él, marcando unos turnos que sólo existían en su imaginación. Y, aunque el sonido duraba sólo unos segundos, tenía la precaución de que nunca lo cogiera desprevenido. Incluso se despertaba antés de sonrara la primera sirena para evitar el estupor que le causaba oírla en sueños. Sin embargo, lo que comenzó siendo algo insoportable, se fue instalando de nuevo en su vida como una alarma que llegaba incluso a utilizar para orientarse dentro de los días más monótonos.

Después de comprar el periódico, uno de los pocos lujos que se permitía, se instalaba en uno de los bancos de un parque próximo a su casa y lo leía completamente, por capas. Primero, de atrás a adelante, pasando todas las páginas de manera rápida y leyendo lo que más le atraía. La segunda lectura, la hacía en un escrupuloso orden de páginas, y dentro de cada una, de izquierda a derecha. Lo leía completamente, aunque evitaba la lectura de ese calendario maldito y repentino que son las esquelas.

Siempre compraba el mismo periódico, como tantos, aunque comprar un folletín de izquierdas como lo llamaban sus hijos, era un modo de agarrarse a un mundo que ya no existía, el mismo donde habitaban su mono azul y su sirena. Cada día, después del café, caminaba hacia el kiosco y compraba el único ejemplar de un periódico que por un favor personal traía el repartidor, para que él siguiera un día más leyendo las mismas noticias, desde la misma esquina desde donde las había leído toda su vida, utilizando una lente que ya no se fabricaba.

Aquél día, sin embargo, la noticia era el propio periódico. En una breve nota de la primera página se anunciaba el cierra del mismo por falta de fondos, de apoyo. Se anunciaba el final de una historia de cuarenta y cinco años que había comenzado en la clandestinidad, había visto nacer ilusiones y las había visto disolverse en los mares del tiempo y de las grandes multinacionales.
CIERRE DEL MOVIMIENTO OBRERO
Estimados lectores: sentimos tener que anunciar que el próximo día 1 de mayo será el último día en que nuestro periódico salga a la calle. Ha sido un largo camino el que hemos recorrido juntos y no dudamos que el periodo de falta de libertades y humanidad será superado y volveremos a encontrarnos.

La dirección

En páginas interiores se explicaba como el número de lectores a lo largo de los últimos años se había desplomado, no por desencanto de los lectores, sino por el goteo de la muerte sobre una generación que no había podido transmitir la importancia de lo conseguido, no a sus hijos, sino a sus nietos. Por lo que decía la noticia, la tirada había descendido hasta hacer, como tantas cosas, que los gastos superaran a los ingresos, causa mayor, causa suficiente pero no necesaria para hacer inviable cualquier tipo de proyecto. Sin embargo se denunciaba el recorte, drástico, de las subvenciones públicas a publicaciones como aquella, recorte que, según afirmaba el periódico, no se debía a una falta de fondos del ministerio sino a un cambio de estrategia del ministerio. El artículo, que continuaba con un largo discurso en el que se decía lo que se necesita leer en estos casos, finalizaba con una sentencia:
nos estamos quedando solos.
Jesurra

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