Que el problema de Palestina tendrá que resolverse dentro del triángulo formado por Israel, la Autoridad palestina y EEUU es algo que hoy nadie pone en duda. Frente a estos tres actores principales, ni la Unión Europea, ni Rusia, ni la Liga Árabe juegan un papel comparable. Los miembros de este segundo triángulo podrían, todo lo más, ser requeridos a apoyar lo que los tres primeros llegasen a decidir, si alcanzaran alguna vez un acuerdo para resolver este conflicto.
Por el momento, los tres protagonistas del triángulo decisivo están en situación poco favorable. El primer ministro israelí pasa por horas malas y su crédito está bajo mínimos; el presidente palestino gobierna un pueblo dividido y no concita la lealtad de todos los palestinos; y Bush, en su larga senda de fracasos, busca desesperadamente algún éxito que ilumine su próxima retirada de la escena internacional, lo que le hace más peligroso que eficaz.
La convocatoria de una conferencia internacional de paz, sugerida por Bush, suscita pocas esperanzas porque, hasta el presente, la política seguida por EEUU en relación con los territorios ocupados por Israel no sólo no ha producido resultados positivos, sino que ha adolecido de una defectuosa planificación, errónea elección de objetivos y desconocimiento de la situación real, según señalan muchos analistas políticos, dentro y fuera de Israel.
Pero la razón principal del continuado fracaso de los esfuerzos pacificadores tiene un nombre: los asentamientos israelíes en territorio palestino. Asentamientos es su nombre más común, aunque su verdadera naturaleza es la de “colonias”: las colonias judías en Palestina.
La organización judía pacifista Peace Now ha mostrado cómo muchos asentamientos se han extendido ya fuera de los mismos límites establecidos por Israel, trastornando así las mínimas aspiraciones territoriales de los palestinos. La política de expansión al otro lado de las fronteras israelíes es hoy, con toda probabilidad, el principal obstáculo para un arreglo definitivo.
Ésta es una cuestión que se viene dejando de lado en los planteamientos abordados por los miembros del “triángulo” decisivo. Muy pocos creen hoy, en Israel o en Palestina, en la posibilidad de un Estado palestino fragmentado por una vasta red de asentamientos israelíes, enlazados por túneles y carreteras prohibidas, erizadas de puestos militares de control, instalaciones policiales, muros y otros obstáculos a la libre circulación.
No sólo esta red de asentamientos judíos que cubre el territorio ocupado de Cisjordania es un obstáculo para la creación del nuevo Estado. Lo peor es que la situación actual ha llegado a calar hondo en las mentes de la población de ambas partes, donde muchos consideran a los asentamientos como algo fatalmente irreversible.
Un buen conocedor del problema, miembro de la organización A Jewish Voice for Peace (Una voz judía para la paz), ha afirmado: “Si EEUU no pone a los asentamientos en lugar preferente de su agenda con Israel, ningún dirigente israelí será capaz de actuar contra ellos. Los estadounidenses que desean un Israel seguro y el alivio del asediado pueblo palestino deberían clamar contra los asentamientos, olvidando todo lo demás. Si éstos permanecen, la solución de los dos Estados será imposible”.
No se ve, pues, ninguna otra salida. Si los asentamientos fuesen inamovibles, sólo habría dos opciones: o continuar en la situación actual, lo que augura un conflicto prolongado y agravado porque el pueblo palestino no la podrá soportar mucho más tiempo, o suprimir la Autoridad palestina y volver a la ocupación directa por Israel de los territorios, como ocurrió ya en el pasado.
Pero si se impide la creación de un Estado palestino independiente, y el dominio israelí se extiende a todo el territorio, Israel se enfrentaría a dos opciones opuestas: o convertirse en un estado secular, abandonando su naturaleza de “Estado Judío” —lo que la mayoría de la población rechaza—, o verse abocado a aplicar un duro régimen de “apartheid”, que la comunidad internacional no podría aceptar. Como tampoco podría aceptar lo que las más exaltadas voces judías han llegado a proponer, pidiendo la expulsión de los palestinos y la “limpieza étnica” del territorio supuestamente judío por designio divino.
Muchos son los aspectos que deberán considerarse en cualquier plan de paz definitivo (Jerusalén, emigrados, indemnizaciones, comercio, recursos, etc.) pero, hoy por hoy, ninguno de ellos constituye un obstáculo tan difícil de superar como el grave problema de los asentamientos judíos en tierras palestinas.
Por el momento, los tres protagonistas del triángulo decisivo están en situación poco favorable. El primer ministro israelí pasa por horas malas y su crédito está bajo mínimos; el presidente palestino gobierna un pueblo dividido y no concita la lealtad de todos los palestinos; y Bush, en su larga senda de fracasos, busca desesperadamente algún éxito que ilumine su próxima retirada de la escena internacional, lo que le hace más peligroso que eficaz.
La convocatoria de una conferencia internacional de paz, sugerida por Bush, suscita pocas esperanzas porque, hasta el presente, la política seguida por EEUU en relación con los territorios ocupados por Israel no sólo no ha producido resultados positivos, sino que ha adolecido de una defectuosa planificación, errónea elección de objetivos y desconocimiento de la situación real, según señalan muchos analistas políticos, dentro y fuera de Israel.
Pero la razón principal del continuado fracaso de los esfuerzos pacificadores tiene un nombre: los asentamientos israelíes en territorio palestino. Asentamientos es su nombre más común, aunque su verdadera naturaleza es la de “colonias”: las colonias judías en Palestina.
La organización judía pacifista Peace Now ha mostrado cómo muchos asentamientos se han extendido ya fuera de los mismos límites establecidos por Israel, trastornando así las mínimas aspiraciones territoriales de los palestinos. La política de expansión al otro lado de las fronteras israelíes es hoy, con toda probabilidad, el principal obstáculo para un arreglo definitivo.
Ésta es una cuestión que se viene dejando de lado en los planteamientos abordados por los miembros del “triángulo” decisivo. Muy pocos creen hoy, en Israel o en Palestina, en la posibilidad de un Estado palestino fragmentado por una vasta red de asentamientos israelíes, enlazados por túneles y carreteras prohibidas, erizadas de puestos militares de control, instalaciones policiales, muros y otros obstáculos a la libre circulación.
No sólo esta red de asentamientos judíos que cubre el territorio ocupado de Cisjordania es un obstáculo para la creación del nuevo Estado. Lo peor es que la situación actual ha llegado a calar hondo en las mentes de la población de ambas partes, donde muchos consideran a los asentamientos como algo fatalmente irreversible.
Un buen conocedor del problema, miembro de la organización A Jewish Voice for Peace (Una voz judía para la paz), ha afirmado: “Si EEUU no pone a los asentamientos en lugar preferente de su agenda con Israel, ningún dirigente israelí será capaz de actuar contra ellos. Los estadounidenses que desean un Israel seguro y el alivio del asediado pueblo palestino deberían clamar contra los asentamientos, olvidando todo lo demás. Si éstos permanecen, la solución de los dos Estados será imposible”.
No se ve, pues, ninguna otra salida. Si los asentamientos fuesen inamovibles, sólo habría dos opciones: o continuar en la situación actual, lo que augura un conflicto prolongado y agravado porque el pueblo palestino no la podrá soportar mucho más tiempo, o suprimir la Autoridad palestina y volver a la ocupación directa por Israel de los territorios, como ocurrió ya en el pasado.
Pero si se impide la creación de un Estado palestino independiente, y el dominio israelí se extiende a todo el territorio, Israel se enfrentaría a dos opciones opuestas: o convertirse en un estado secular, abandonando su naturaleza de “Estado Judío” —lo que la mayoría de la población rechaza—, o verse abocado a aplicar un duro régimen de “apartheid”, que la comunidad internacional no podría aceptar. Como tampoco podría aceptar lo que las más exaltadas voces judías han llegado a proponer, pidiendo la expulsión de los palestinos y la “limpieza étnica” del territorio supuestamente judío por designio divino.
Muchos son los aspectos que deberán considerarse en cualquier plan de paz definitivo (Jerusalén, emigrados, indemnizaciones, comercio, recursos, etc.) pero, hoy por hoy, ninguno de ellos constituye un obstáculo tan difícil de superar como el grave problema de los asentamientos judíos en tierras palestinas.
Por Alberto Piris
Estrella Digital
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Encontrada en France-Palestine.org
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