Cold War Atomic Testing: Operation Ivy, 1952 (NNSA/DOE)
pingnews.com. flickr
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Como es sabido, Francia y EEUU han hecho pública recientemente su decisión de incrementar la venta de armas a algunos países situados en ese arco de creciente y muy grave inestabilidad, que se extiende desde el Magreb hasta Pakistán, en el que abundan los conflictos reales o potenciales y donde hoy está situado el más peligroso barril de pólvora capaz de incendiar el mundo. Este hecho no oculta, sin embargo, la presencia en dicha zona de otros países, también eficaces exportadores de armas, entre los que Rusia ocupa una posición destacada y donde China empieza ya a abrirse camino.
¿Obedece esta dinámica armamentista a algún motivo de seguridad nacional de los países importadores? Nada más lejos de la realidad. Tómese el caso de los Emiratos Árabes Unidos, situados en el corazón de Oriente Medio, en la embocadura del Golfo Pérsico, núcleo de la que es hoy la zona de más grave conflictividad que ha conocido la historia de esta región.
Los siete emiratos que componen la federación tienen en conjunto menos habitantes que la Comunidad Valenciana y, sin embargo, se hallan a la cabeza de los países del citado arco de inestabilidad, en la lista de compradores de armas durante el año pasado, en las que invirtieron casi 1800 millones de euros, de los que más de la mitad se embolsaron las empresas armamentistas de EEUU.
La dinámica que lleva a los Emiratos a armarse hasta las cejas no obedece evidentemente al temor de ser invadidos por algún país vecino. Los motivos son básicamente dos: por un lado, la acumulación de grandes recursos económicos, obtenidos de la exportación de petróleo y gas natural y, por otra parte, la presión vendedora de las grandes multinacionales del armamento (acompañada de la presión política y diplomática de los países a los que éstas pertenecen), que no pueden perder tan excelente fuente de ingresos.
Todo ello está condicionado, además, por la situación geoestratégica, ya que si los Emiratos hubieran estado, por ejemplo, en Darfur, pasarían tan desapercibidos para el mundo como lo ha estado la población de esta desértica región sudanesa hasta que el olor de la muerte ha llegado a apestar en los pasillos de las cancillerías occidentales.
Con Rusia rearmando a Irán y Argelia, China haciendo lo mismo con Pakistán, EEUU con Israel, Omán, Egipto, Kuwait, Túnez, los citados Emiratos y Arabia Saudí, el entrecruzamiento de intereses encontrados permite sospechar que esta lluvia de armas sobre una zona tan críticamente inestable en muy poco va a contribuir a su seguridad y, menos aún, a la futura pacificación.
La realidad es que el único beneficio tangible de esta reforzada actividad armamentista es el que apuntarán en sus libros de contabilidad los fabricantes de armas y, de rebote, los países donde éstos radican. Del mismo modo que las armas que EEUU liberalmente ofreció a los muyaidines afganos, para que éstos contribuyeran con su esfuerzo a expulsar a la Unión Soviética de Afganistán, se volvieron luego contra los propios soldados estadounidenses, con los efectos por todos conocidos, no es descartable que en un futuro no muy lejano los misiles contracarro “Milán”, que Francia ha vendido a Libia, acaben en manos de algún grupo rebelde que los utilice contra los vehículos de combate franceses que, bajo bandera de la ONU, acudan a pacificar algún otro país.
Al fin y al cabo, algo parecido ocurrió —aunque en circunstancias muy distintas— en la guerra de las Malvinas, cuando aviones y misiles de fabricación francesa, exportados a Argentina, hundieron uno de los mejores navíos de la flota de Su Majestad Británica. Nunca se puede garantizar cómo ni cuándo ni dónde van a ser utilizadas las armas que se fabrican y se exportan, por muchas limitaciones legales que se pretenda aplicar.
La lluvia de armas sobre Oriente que se nos anuncia no anticipa un porvenir halagüeño. Hubiera sido preferible que, en vez de armas, el chaparrón vertido sobre esa zona hubiera sido de denodados esfuerzos diplomáticos a cargo de las más influyentes organizaciones internacionales, de ayudas económicas para quienes en verdad las necesiten y, sobre todo, de justicia y legalidad internacionales, aplicadas con imparcialidad y no en función de los intereses exclusivos de las grandes potencias y del clientelismo de las potencias menores.
No es ese el camino por el que hoy se mueven los esfuerzos de la comunidad internacional, y pocos motivos se aprecian para el optimismo.
Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
La Estrella Digital
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