Los criminales de la espantosa matanza del 11 de marzo del 2004 en Madrid ya están condenados y van a pagar con duras penas de cárcel parte el daño causado a todas las víctimas, familiares y amigos y al conjunto de la sociedad española. Van a pagar sólo una parte de sus fechorías con su ingreso en prisión, porque ello no permitirá reparar las graves consecuencias de sus horrendos y despiadados crímenes, aunque sí llevará a las víctimas y al conjunto de la sociedad española el consuelo y la certeza de que se ha abierto paso la verdad y se ha hecho justicia, de acuerdo con nuestro ordenamiento jurídico y democrático. Y, a pesar de las nuevas dudas levantadas por Rajoy, se puede afirmar que se ha hecho una buena y rápida justicia, tal y como lo acredita la sentencia del tribunal, presidido por el magistrado Javier Gómez Bermúdez y acompañado por los magistrados Alfonso Guevara y Fernando García Nicolás.
Estamos ante una sentencia que dice la verdad y deja clara la autoría de los atentados por iniciativa de “un comando terrorista yihadista” que, como dice la sentencia, actúo con la colaboración de la trama de la dinamita asturiana, y en el que no participó ETA, como han pretendido los dirigentes del PP y varios medios de comunicación a lo largo de los pasados años, aireando la ahora fracasada teoría de la conspiración. Tenemos, pues, la verdad judicial sobre un atentado terrorista, el mayor de la historia de España y nuestro entorno europeo, sobre el que el tribunal ha conseguido acreditar los hechos y la autoría de los miembros del comando y de sus colaboradores, lo que sin lugar a dudas tiene sus consecuencias en España y en todo el mundo occidental. Un atentado que tuvo, como punto de arranque, la demencial guerra santa yihadista que, contra los países de Occidente, lanzó el grupo terrorista del saudita Ben Laden, justificando su oleada de terror en las recientes guerras de Iraq y de Afganistán.
La sentencia ha dejado acreditado que ETA no intervino en los atentados, y que existe una relación directa entre el comando islámico y los traficantes asturianos de dinamita, dando por confirmado que fue el explosivo de la mina Conchita asturiana el que se utilizó en la masacre, como lo prueba la altísima condena del Suárez Trashorras, en compañía con los jefes y autores materiales del comando. Asimismo, quedan claros y estrechamente relacionados todos los elementos claves de la investigación: la furgoneta Kangoo, la famosa mochila, los detonadores, las tarjetas y los teléfonos móviles, el artefacto explosivo, la dinamita asturiana, el piso de Leganés y la finca de Morata de Tajuña. Todo lo que fue manipulado y tergiversado por los promotores conspirativos que quisieron implicar a ETA y que, ahora, está definitivamente ubicado en el marco de la verdad. Y ello a pesar que los conspiradores, liderados por Aznar, también pusieron en danza su fantasma particular, sobre la existencia, sin la menor prueba o indicios, de los llamados “autores intelectuales” o cerebros inductores de la masacre, que pueden ser los mismos miembros de comando ayer condenados, o sus compañeros muertos en el piso de Leganés, o alguno de los huidos.
Un fantasma a cuya sábana se ha agarrado de manera sorprendente e irresponsable el líder del PP, Mariano Rajoy, subiéndose in extremis al carro de la conspiración para decir que apoyará “cualquier investigación” que ayude desenmascarar a los autores intelectuales e inductores de la masacre “que no han sido condenados como tales”. Un disparate mayúsculo que resta credibilidad a la verdad judicial, que provocará en las víctimas la zozobra y la inquietud, y que carece de cualquier tipo de fundamento tanto político, como jurídico y policial, porque Rajoy no aportó el menor indicio sobre la existencia o no de semejantes autores intelectuales que, de existir, no aportarían nada nuevo salvo la confirmación de que pertenecen a este u otro grupo yihadista. Aunque el objetivo de la perversa insinuación es otro: el de dejar en el aire la existencia de una mano negra —¿acaso la de ETA, otra vez?—, perversa y muy inteligente. Porque para los conspiradores los “moritos” —así les llaman— del atentado no sabían hacer la o con un canuto y algún genio por encima de ellos debieron de tener. Como si lo de las mochilas, los teléfonos y los trenes fuese una cuestión de matemática cuántica y física nuclear. Toda esa tecnología casera —y otras mucho más sofisticadas— están hoy al alcance del cualquiera en internet. Además ¿Qué gran tecnología hizo falta —además de navajas y un cursillo de pilotaje en vuelo, para secuestrar aviones, para derribar las torres gemelas de Nueva York y destruir una parte del Pentágono?
Al PP le importa un pimiento lo de la autoría intelectual, que además puede estar entre los terroristas condenados —que no han confesado nada—, o entre los muertos en Leganés. Al PP lo que le interesa, y ellos sabrán por qué, es lo de mantener vivas la sospecha y la mentira, y por eso hizo esa malévola declaración Rajoy, diciendo que apoyara cualquier nueva investigación. Pero ¿por qué ha hecho semejante declaración el líder del PP, que parecía haber mantenido una cierta distancia de los conspiradores? Sin duda, por miedo. Porque teme el efecto electoral contra su partido de la verdad judicial, porque teme la reacción de sus más notorios dirigentes implicados en la conspiración, Acebes, Zaplana, Aguirre y Aznar, este último autor de la insidia de que “los autores intelectuales” de la masacre cuando dijo que “no estaban en remotos desiertos ni en lejanas montañas”. Y, sobre todo porque Rajoy teme la respuesta de los medios de comunicación del PP que han apoyado las teorías conspirativas, El Mundo, la COPE y Telemadrid. Los que han perdido la credibilidad, y los que deberían rectificar todo lo dicho, empezando por su pretendida implicación de ETA. Y siguiendo por los ataques lanzados contra jueces, fiscales y fuerzas de seguridad.
Los mismos medios que también se agarrarán a la sabana fantasmal del tan misterioso cerebro del 11M, para intentar justificar lo que ha sido burdo error y una manipulación calculada con claros fines políticos (además de los espurios del negocio de las ventas de periódicos y la captación de audiencias audiovisuales), como son los de: deslegitimar el resultado electoral del 14 de marzo del 2004 que dio la victoria al PSOE; y de justificar los errores y las mentiras del último Gobierno de Aznar, en la pésima gestión que se hizo durante los atentados. Intentando implicar, primero y sin la menor prueba, a ETA en la masacre para evitar, entonces, las consecuencias electorales que ellos sabían que podría tener la relación de la masacre islamista con la guerra de Iraq (apoyada por el Gobierno del PP) si, al final, el terrorismo yihadista —ahora reconfirmado— era el autor de la matanza, tal y como ocurrió.
En realidad, la idea de que Rajoy discrepaba de los dirigentes de su partido que agitaron la conspiración ha resultado falsa, porque el presidente del PP se ha puesto al frente de la insidia, dejando en el aire la idea de la verdad judicial a medias, o incompleta, sin aportar la menor prueba o información. Y aludiendo a cualquier tipo de investigación, para sobar el lomo a los publicistas y medios agitadores de la conspiración. El esperar de Rajoy un gesto de autoridad, de responsabilidad y de acatamiento, sin peros, de la sentencia era, por lo que se ha visto, mucho esperar. Y obligaba a la dimisión de sus destacados dirigentes, y a la rectificación del propio Aznar. Y todavía ha querido Rajoy presumir de que fue el Gobierno de Aznar el que detuvo a gran parte del comando. ¿Y siendo tan listos y eficaces por qué no dijeron entonces que ETA no había sido? Además ¿se les escapó el inductor y el autor intelectual de la masacre? ¡Vaya por Dios!
Naturalmente, las palabras de Rajoy contrastan con el llamamiento de Zapatero —que ha evitado con habilidad la polémica con el PP para ponerse junto a la verdad judicial— a la unidad de las fuerzas políticas contra el terrorismo, y al reconocimiento del trabajo de los tribunales y las fuerzas de seguridad en el esclarecimiento de la verdad, así como con su declaración sobre la fortaleza y el triunfo del Estado democrático y de Derecho. Y, al mismo tiempo, abren un frente infinito de enfrentamiento político y electoral que ya se verá qué consecuencias tiene para el PP. Porque, si en marzo del 2004 perdieron las elecciones por haber negado la autoría islámica del atentado, a pesar de las pruebas que tenían en su mano, esta vez, cuatro años después y con una firme y clara sentencia vuelven a la misma situación, al posicionarse al lado de la misteriosa conspiración.