05 septiembre 2009

Viviendo

Nunca planeo demasiado las cosas, dejo que vayan saliendo. Encontrarme con la vida en cada esquina y decidir el camino siguiente a tomar en ese momento, me parece la mejor manera de rendirle homenaje a mi naturaleza y a la vida, en definitiva. Pensar en el futuro o en qué podría haber sido, es robarme el presente. Veo un escollo en mi camino, decido cómo salvarlo y sigo adelante. Después solo el resultado: bueno o malo, acertado o no, pero el que he decidido yo, sin remordimientos, sin interrogantes sobre qué hubiera pasado si hubiera decidido... y pensando que seguramente mañana decidiré más sabiamente. Seguramente...

Tengo tan pocas fuerzas para manejar el presente y llevo tanto peso a cuestas que solo pensar en parar, aunque sea un minuto, para visionar un posible futuro incierto y falso me parece de locos y tan insensato como pensar en estar ese mismo tiempo sedada. No sirve de nada pensar en algo que quieres que suceda dentro de 1 o 2 o 3 años si no sabes qué te vas a encontrar en cinco minutos al cruzar esa calle o al bajar del bus dentro de un rato. Y por el contrario, la expectativa de ir resolviendo las pequeñas encrucijadas que te plantea la vida minuto a minuto, de sentirte dispuesta a ver y a sentir todo lo que ciertamente sucederá en cuanto llegue a la parada del autobús, dentro de 2 minutos, o la de saber qué estará pensando ese muchacho que tanto me mira; me parece increíblemente más excitante y superior a cualquier otra cosa. El futuro se mueve con cada acto que realizamos en el presente y me siento mucho más responsable de esto que de saber o siquiera intuir que seré de mayor.

Hoy me senté en las escaleras traseras mirando al jardín, cerré los ojos y en seguida me llegó el susurro lejano de la fuente, ese correr sin cesar del agua en un círculo sin fin. Escuché el murmullo del viento en las hojas y sentí en la piel el fuerte perfume de la tierra. Dejé caer los hombros, pesadamente, descalcé los pies y al sentir el húmedo frescor de la hierva me acordé de ti...

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