Llegamos aquí sin mucho equipaje, con muchos recuerdos y alguna que otra pérdida. Solo se trata de empezar otra vez.
28 octubre 2006
Una palabra soy
Lo unico válido en los manifiestos es su efimeridad. Su ceño grave nos hace sonreír. Cuánta adustez en ellos. Y en la "La bella pelirroja" maravilla el hambre de fuga y de otra cosa, maravilla la excitación a ir al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo que desveló a Romero y evocó Baudelaire.
Instintivamente admite el Brujo que los clásicos sirven aún para las nuevas situaciones; y al cambiar los pastores de Garcilaso por astronautas apenas si se accede a la periferia de la periferia. El adolescente se deslumbra por sensible, por vitalidad, por ignorancia, por tirarse de cabeza en donde, en apariencia, el diamante se confunde con el vidrio.
De niños y de adultos lo inexplicable nos fascina. Vivir la vida. Vivir la edad. Urgencia de parricidio y de ilusión es echar al río la Victoria de Samotracia, a fin de que surja época nueva. Helénica, maya o neolítica, la época es siempre nueva. Y si siempre es nueva, es vieja siempre. El tiempo no existe. Ser. Se es lo que sucesivamente se es. Una palabra soy. Una teoría de palabras es una tormenta real y abstracta. Para Píndaro el hombre es la sombra de una sombra.
Existe la muerte que nada tiene que ver con el tiempo; a lo que sumo, apunta el Brujo, con los relojes y los calendarios. Dijo Braque: "Nunca tendremos reposo. El presente es perpetuo". Los presocráticos. Lo repite el Brujo, más próximo a una oposición que a una comparación. La paradoja es el camino más corto para ascender a donde no se esperaba. Valéry: "El pasado comienza en el presente y termina en el porvenir".
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