El viento avanza suavemente sobre el valle. Acaricia cada uno de mis sentidos llenando de música y movimiento todo lo que me rodea; cruzando, impávido, los campos de cerezos; meciendo, con su aliento, delicadamente las flores. --Sé que estás a mi lado. Sé que me hablas--. El viento pasa, sin mirar atrás, da la vuelta a aquella colina y antes de ponerse a jugar con los árboles deja caer sobre mí, en forma de rocío, el dulce perfume de las flores.
Ya pasaron los días de hablar ahora necesito silencio… y soledad.
Fotografía de Helena Blein "Cerezos Valle del Jerte"
Tenía que ser así, que yo ahora piense lo que pienso y mire al vacío como lo estoy haciendo. Que después de todo me sigas doliendo y que tus palabras continúen resonando en mis manos, pesadas y sin sentido.
Lo he meditado mucho y he llegado a la conclusión que no has existido, que jamás me tocaste y que nunca te amé.
Eres como la luz del atardecer en verano sobre el paisaje castellano. Suave y aterciopelada, abrazando el horizonte cubierto de trigales pesados y llenos. Así te siento. Allí te busco.
Misteriosa. Casi perfecta. Me inundas de una agradable sensación que extiende y engrandece todo lo que toca. Te veo en sus miradas, en la mirada de todos, en todos y cada uno de los colores del alma; unificadora de deseos, de sueños. Miraré siempre en tu dirección, sin apartar los ojos. Seguiré tu estela y amaré tus sombras. Buscaré tu caricia y tu consejo.
Apretada a mi pecho, entre suspiros, te guardo; allí donde la angustia aprieta el alma impidiéndome respirar; cerca de lo profundo, donde late la vida.
Los recuerdos se apartarán de mí. Quedaré sola y perdida entre miradas desconocidas e inquisidoras; pero se, si, lo se, que tu presencia me será siempre cercana y querida. Me acompañarás más allá del horizonte, al final del camino, allí donde -sin duda- todo comienza de nuevo.
Llorar no resulta tan sencillo cuando en el corazón ya no queda nada.