Imagen: HORROR EN PALESTINA: Una niña palestina, pariente del niño de 12 años Walled Abu Kamar, llora durante el funeral de éste en Rafah, al sur de Gaza. Waleed murió el miércoles como consecuencia del ataque de un helicóptero israelí sobre una manifestación de protesta de los palestinos./REUTER.
Artículo de Kathleen Christison, es ex-analista política de la CIA y ha trabajado en relación con problemas de Oriente Próximo durante 30 años. Escribió "Perceptions of Palestine and The Wound of Dispossession". Traducción del texto por Germán Leyens
No bastan las palabras: los términos corrientes son inadecuados para describir los horrores que Israel perpetra a diario, y ha perpetrado durante años, contra los palestinos. La tragedia de Gaza ha sido descrita cien veces, como lo han sido las tragedias de 1948, de Qibya, de Sabra y Chatila, de Yenín -- 60 años de atrocidad perpetrada en nombre del judaísmo. Pero el horror generalmente cae en oídos sordos en la mayor parte de Israel, en la arena política de USA, en los medios de información dominantes en USA. Los que se horrorizan – y son muchos – no pueden penetrar el escudo de indiferencia que protege a la elite política y mediática en Israel, más aún en USA, y cada vez más en Canadá y Europa, contra la obligación de ver, de preocuparse.
Pero hay que decirlo, y bien fuerte: los que preparan y realizan la política israelí han convertido a Israel en un monstruo, y ya es hora de que todos nosotros – todos los israelíes, todos los judíos que permiten que Israel hable en su nombre, todos los usamericanos que no hacen nada por terminar con el apoyo de USA para Israel y su política asesina – reconozcamos que nos enlodamos moralmente al mantenernos pasivos mientras Israel realiza sus atrocidades contra los palestinos.
Una nación que exige la primacía de una etnia o religión sobre todas las demás terminará por ser sicológicamente disfuncional. Obsesionada narcisistamente con su propia imagen, tiene que esforzarse por mantener a cualquier precio su superioridad racial y llegará inevitablemente a considerar toda resistencia a su superioridad imaginaria como una amenaza existencial. Por cierto, todos los demás pueblos se convertirán automáticamente en una amenaza existencial simplemente en virtud de su propia existencia. Mientras trata de protegerse contra amenazas ilusorias, el Estado racista se hace crecientemente paranoico, su sociedad cerrada e insular, intelectualmente limitado. Los reveses lo enfurecen, las humillaciones lo enloquecen. El Estado arremete en un esfuerzo insano, sin ningún sentido de la proporción para reasegurarse de su propia fuerza.
Esa pauta se agotó en Alemania nazi, cuando trató de mantener una mítica superioridad aria. Ahora se agota en Israel. “Esta sociedad ya no reconocer ninguna frontera, geográfica o moral,” escribió el intelectual israelí y activista antisionista Michel Warschawski en 2004 en su libro “Towards an Open Tomb: The Crisis of Israeli Society [Hacia una tumba abierta: La crisis de la sociedad israelí]. Israel no conoce sus límites y arremete al descubrir que su intento de forzar a los palestinos a la sumisión y de tragarse a toda Palestina está siendo frustrado por un pueblo palestino con capacidad de recuperación, digno, que no se somete en silencio, ni renuncia a la resistencia frente a la arrogancia de Israel.
Nosotros, en USA, nos hemos curtido ante la tragedia infligida por Israel, y nos dejamos engañar fácilmente por el sesgo que automáticamente, por algún truco de la imaginación, convierte las atrocidades israelíes en ejemplos de cómo Israel es tratado injustamente. Pero una clase dirigente militar que lanza una bomba de 250 kilos sobre un edificio de apartamentos residencial en medio de la noche y mata a 14 civiles en su sueño, como sucedió en Gaza hace cuatro años, no es un ejército que opera siguiendo reglas civilizadas. Una clase dirigente militar que lanza una bomba de 250 kilos sobre una casa en medio de la noche y mata a un hombre, a su esposa y a siete de sus hijos, como ocurrió hace cuatro días, no es el ejército de un país moral.
Una sociedad que puede hacer caso omiso como si fuera insignificante ante el brutal asesinato de una niña de 13 años por un oficial del ejército que pretendió que ella amenazaba a los soldados de un puesto militar – uno de casi 700 niños palestinos asesinados por israelíes desde que comenzó la Intifada – no es una sociedad con conciencia.
Un gobierno que encarcela a una muchacha de 15 años – una de varios cientos de niños bajo detención israelí – por el crimen de empujar y de escapar de un soldado que trataba de cachearla a la entrada de una mezquita, no es un gobierno con algún comportamiento moral. (Esta información, que no es el tipo de noticia que llega a aparecer en los medios de información usamericanos, fue mencionada por el Sunday Times de Londres. La niña recibió tres tiros mientras se escapaba y fue condenada a 18 meses de cárcel después de salir del coma.)
Los críticos de Israel subrayan crecientemente que Israel se autodestruye, se acerca a una catástrofe de su propia creación. El periodista israelí Gideon Levy habla de una sociedad en “colapso moral.”
Michel Warschawski escribe sobre una “locura israelí” y “brutalidad demente,” una “putrefacción” de la sociedad civilizada, que han lanzado a Israel por un camino suicida. Prevé el fin de la iniciativa sionista; Israel es una “banda de matones,” dice, un Estado “que se burla de la legalidad y de la moral cívica. Un Estado que funciona despreciando la justicia pierde la fuerza necesaria para sobrevivir.”
Como señala con amargura Warschawski, Israel ya no conoce fronteras morales – si alguna vez las conoció. Los que siguen apoyando a Israel, que encuentran excusas para lo que hace mientras desciende hacia la corrupción, han perdido su brújula moral.
Terrorismo por tierra, mar y aire. José Luis Manzanares - estrelladigital.es
ResponderEliminarEl apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel, apenas matizado con algunas tímidas demandas de moderación en el asesinato indiscriminado de palestinos, no sólo dificulta la solución del conflicto entre judíos y musulmanes, sino que constituye también el mejor abono —si no la semilla misma— del terrorismo islámico contra Washington y sus aliados occidentales. Lo que vemos estos días sólo se explica por la tolerancia cómplice de muy poderosos países que —como algunos españoles en relación con ETA— no quieren saber mucho de un conflicto que no consideran suyo.
El poderoso Israel, que responde a la muerte o secuestro de uno de sus soldados destruyendo ciudades y masacrando a su población —generalmente con más víctimas entre los niños que entre los milicianos enemigos—, conculca tanto el derecho internacional de guerra como el derecho penal. Las represalias del ciento por uno nos retrotraen a la barbarie anterior a la ley del talión —un ojo por un ojo, y un diente por un diente— y merecen igual reproche si las practican los alemanes en Francia o Italia, o el Ejército israelí en Gaza, Cisjordania o el Líbano. Ni el trágico balance del Holocausto puede amparar los crímenes de hoy ni —dicho sea de paso— los árabes fueron los asesinos de entonces.
Terrorismo es, según el DRAE, la dominación por el terror y también la sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. El terrorismo no deja de serlo a tenor de su móvil o su finalidad. Un terrorismo no justifica al otro y menos aún cuando la agresión puntual se contesta con terrorismo de Estado a gran escala. Somos testigos de una criminal venganza colectiva para que la población palestina colabore con Israel en su lucha contra los ataques procedentes de los territorios ilegítimamente ocupados. Las Naciones Unidas dieron luz verde al Estado de Israel, pero no carta blanca para oponerse al regreso de los tres millones de palestinos que abandonaron su patria durante unas guerras que, desencadenadas ciertamente por los árabes, llevaron a la expansión de aquél. Como tampoco para anexionarse importantes parcelas del sobrante palestino, colonizadas luego por los fanáticos del Gran Israel. O llevar el infierno a Gaza y Cisjordania. Y no acaban ahí los abusos que la comunidad internacional habría corregido ya en cualquier otro lugar del mundo. La ONU y la OTAN se conforman ahora con buenos consejos bajo la sombra del veto norteamericano.
El terrorismo no se combate con otro mayor. El número de musulmanes que identifican a su gran enemigo con Israel y sus mentores es hoy muy superior al de ayer. Y la destrucción total o parcial de un pueblo, aunque sirva de refugio a elementos terroristas, se llama genocidio. Son palabras mayores que no deben utilizarse con el mayor cuidado, pero conviene no cerrar los ojos hasta que sea demasiado tarde. Al menos los crímenes del GAL, aun plagados de errores, se dirigieron exclusivamente contra los terroristas.
La ONU cree que pueden existir crímenes de guerra
ResponderEliminarS. POZZI / REUTERS - Nueva York / Ginebra
EL PAÍS - Internacional - 20-07-2006
La alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Louise Arbour, aseguró ayer que las numerosas muertes de civiles en Líbano, Gaza y los territorios ocupados podrían constituir crímenes de guerra. Arbour señaló que la necesidad de proteger a los civiles era absoluta en cualquier conflicto.
"Esta obligación está expresada en la legislación internacional, que define los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad. La magnitud de las muertes en la región puede entrañar responsabilidades de los que están implicados, sobre todo de aquellos con responsabilidades de mando", dijo.
Por otra parte, Francia, que ejerce la presidencia de turno en el Consejo de Seguridad de la ONU, presentó ayer los principales puntos de una eventual resolución sobre la crisis. En el borrador, el Consejo se compromete a examinar la adopción de medidas para prevenir nuevas hostilidades entre Israel y Líbano, incluida la idea de "reforzar la presencia internacional en la zona a través de una fuerza de pacificación". Además, se subraya la condena a las "fuerzas extremistas que buscan desestabilizar la región".
Las reflexiones presentadas por París giran en torno a la resolución 1559 del Consejo de Seguridad, adoptada en septiembre de 2002 y en la que se pide a Beirut que desarme a las milicias. La ONU reafirma su apoyo al Gobierno libanés para que haga valer su autoridad en todo el territorio del país. Y, a renglón seguido, pide que se respeten los límites de la franja de protección -la llamada línea azul- así como de la soberanía y la integridad territorial de Israel y de Líbano.
La resolución que se aprobará sobre la base de este texto presentado por Francia hace un llamamiento a un alto al fuego permanente y pide que se libere a los soldados israelíes en manos de Hezbolá, además de manifestar su apoyo a las iniciativas diplomáticas que se están emprendiendo para conseguir una solución de la crisis.
ENTRE LAS FLORES
ResponderEliminarLa señora a la que están atendiendo se vuelve hacia mí y me pide disculpas. "Perdone, en seguida termino". "No importa", replico, encogiéndome de hombros. "No tengo a dónde ir".
MARUJA TORRES - Beirut
ELPAIS.es - Internacional - 14-07-2006
Antranik Helvadjian es el director general de la Librairie Internationale y este viernes está especialmente indignado: "Nadie, nadie en ningún lugar del mundo quiere a los árabes. Nadie hace nada para detener a Israel. ¿Y por qué Israel se cree con derecho a todo? ¿A invadir un país para defenderse de quienes defienden sus propias fronteras? ¿Debido a que sufrieron un Holocausto? ¿Sabe cuántos cientos de miles de personas perecieron en el genocidio perpetrado por los turcos contra mi pueblo? ¿Me da eso derecho a invadir, a matar?". Antranik –Antoine, para los amigos- es armenio pero defiende a los árabes y afirma –es un hombre bien informado- que los soldados israelíes fueron detenidos por Hezbulá dentro de Líbano. Recuerda muy bien las anteriores ocupaciones de Israel, las matanzas, los asedios.
El buen hombre ignora que yo utilicé algunos de sus rasgos de carácter y físicos para uno de los personajes de mi última novela. Y no pienso contárselo ni bombardeo mediante. Nunca se sabe. En todo caso, una vez me dijo, durante la paz de los 90, que muchas veces había pensado en suicidarse, cosa que nunca le ocurrió durante el interminable conflicto. Y, demonios, hoy he visto en su mirada el brío y la irritación y el orgullo que le mantuvieron, sin claudicar, a pie de librería, en los años de guerra.
Es un viernes extraño, este día santo para los musulmanes. Un viernes cóncavo, en el que resuenan las campanadas de la iglesia del Rosario –Wardiyé- y el estéreo decibélicamente insoportable de la oración del mediodía del ulema de la pequeña mezquita Hamra, un hombre que siempre me ha parecido especialmente latoso. Dentro del tranquilo recinto de la mezquita, algunos hombres descalzos reposan, sentados en las alfombras, aprovechando la frescura y la sombra, y la momentánea paz. Muy cerca, en lo que fue mítico hotel Commodore, en la actualidad convertido en una especie de mausoleo hotelístico para nuevos ricos, congresistas y turismo depredador emocional –ya saben: aquí vivían los reporteros, vamos a echar un ojo, acuérdate de que hubo un loro mascota que murió en un tiroteo-, empresarios de Ghana y de Ethiopía aguardan con impaciencia los coches que les sacarán del país. El de seguridad, a la entrada, quiere registrar mi bolso –que cada día se hace más grande y pesado: por si tengo que quedarme a dormir en cualquier parte-, pero entonces yo pronuncio una palabra que vuelve a tener magia en este Beirut, en estos días: "Sahafie", digo. Periodista. El tipo me contempla con una agitación que me recuerda la de mi amigo, el librero. La parte buena de los viejos tiempos también ha regresado. La tribu informativa está volviendo. Empezamos a ver fotógrafos, chalecos multibolsillos, teleobjetivos aparatosos. Los taxistas ya echan sus cuentas. Los empleados sueñan propinas.
Pero es difícil fotografiar lo peor de esta guerra, esos aviones que sobrevuelan los edificios durante la noche, camino de la siguiente orgía de destrucción. En el insomnio, que ya empieza a agriar las caras de los prudentes y preocupados viandantes, uno se pregunta a dónde van, qué más piensan destruir, de qué indispensable fuente de energía o camino o carretera o puente van a privarnos. Los teléfonos móviles también pueden sufrir interferencias deliberadas, me dice la amable persona del Instituto Cervantes que me anuncia que ha empezado la evacuación de españoles. Uno se pregunta cuántas vidas más segarán. En los bombardeos de esta noche casi se cargaron la iglesia de Mar Mikhail –San Miguel-, cerca de donde –así es Beirut- el antiguo antisirio general Aoun firmó no hace mucho un acuerdo con el líder de Hezbulá, Nasrallah, para mantener al presidente Lahoud, prosirio, en el poder, para que aguante mientras Aoun intenta suplantarle.
Las farmacias, aparte de los libreros, permanecen abiertas durante el viernes. Hacemos cola. Unos piden calmantes, otros estimulantes, otros artículos normales. La señora a la que están atendiendo se vuelve hacia mí y me pide disculpas. "Perdone, en seguida termino". "No importa", replico, encogiéndome de hombros. "No tengo a dónde ir". La alusión a nuestro aislamiento despierta una carcajada general.
Por eso me gusta quedarme con ellos, florecen inesperadamente. Iman, un joven amigo mío oriundo de un pueblo cercano a Jezzin, junto a la maltratada Saida, me dice que sabe que un miembro de su familia ha muerto la noche pasada bajo las bombas. Pero en el caos, aún no sabe quién puede haber sido la víctima. "Es el destino. Yo no tengo miedo. Podrán matarnos, pero no conseguirán que tenga miedo".
Además, Antoine el librero me ha asegurado que "todavía no hay plazas en el Paraíso para nosotros", refiriéndose a él y a mí. Y los cajeros automáticos funcionan, aunque la libra libanesa se desploma, y pronto van a pedirnos que lo paguemos todo en dólares contantes, sonantes, crujientes y sin marcar.
Qué suerte. He escrito una crónica y no he incurrido todavía en uno de los tópicos del periodismo: tensa espera. Pues ni se la imaginan. Pero las buganvillas y los flamboyanes de Beirut están preciosos.
En defensa del pueblo palestino
ResponderEliminarpor John Berger, Noam Chomsky, Harold Pinter y José Saramago
EL PAÍS - Opinión - 21-07-2006
El último capítulo del conflicto entre Israel y Palestina comenzó cuando las tropas israelíes cogieron a dos civiles, un médico y su hermano, en Gaza. Un incidente escasamente contado, excepto en la prensa turca. Al día siguiente, los palestinos cogieron prisionero a un soldado israelí -y propusieron negociar un intercambio con prisioneros tomados por los israelíes: hay aproximadamente 10.000 en cárceles israelíes.
Que este secuestro sea considerado un ultraje, mientras que la ocupación militar ilegal de Cisjordania y la apropiación sistemática de sus recursos naturales -principalmente, el agua- por las Fuerzas de Defensa (!) israelíes sea considerado como un hecho lamentable pero real, es típico del doble baremo que emplea repetidamente Occidente en cuanto a lo que acontece a los palestinos en los territorios que les fueron asignados por acuerdos internacionales durante los últimos 70 años.
Hoy un ultraje se sucede a otro; misiles improvisados se cruzan con otros sofisticados. Estos últimos, generalmente encuentran su objetivo situado donde los pobres viven desheredados y abarrotados, esperando lo que en un tiempo se llamó Justicia. Los dos tipos de misiles desgarran cuerpos horriblemente, ¿cómo pueden los jefes militares olvidar esto por un solo momento?
Cada provocación y contra-provocación es contestada y aireada. Pero las discusiones subsiguientes, las acusaciones y las promesas, todas ellas, sirven como una perturbación para distraer la atención mundial de una larga práctica militar, económica y geográfica cuya intención política es nada menos que la liquidación de la nación palestina.
Hay que decir esto alto y claro ya que esta práctica, declarada a medias y a medias encubierta, avanza rápidamente estos días, y, en nuestra opinión, hay que resistirse y reconocerlo constantemente y en todo momento.