Llegamos aquí sin mucho equipaje, con muchos recuerdos y alguna que otra pérdida. Solo se trata de empezar otra vez.
25 agosto 2007
El invento del año: la mochila antibalas
La edición en Internet de USA Today, uno de los periódicos de más vasta difusión en el mundo, incluía en uno de sus últimos ejemplares una inusual noticia, propia para contribuir a las triviales reflexiones veraniegas.
Unos ingeniosos ciudadanos estadounidenses, vagamente identificados como “dos padres de Massachusetts”, han inventado una mochila antibalas para proteger a sus hijos en el caso de atentados con arma de fuego, como la tristemente famosa masacre de la escuela de Columbine, llevada al cine por Michael Moore (Bowling for Columbine) y que —según los inventores— suscitó su creatividad.
Éstos aducen: “Si el alumno tiene su mochila cerca o debajo del pupitre, la puede coger por las bandas, como si fueran un mango, y convertirla así en escudo protector”. Esta mochila, cuyo nombre comercial es My Child’s Pack, se vende por 175 $ (130 €). Se caracteriza por poseer una placa acorazada en su parte posterior. El anuncio indica: “La placa acorazada es similar a la del típico chaleco antibalas utilizado por los militares y la policía… y es tan ligera que un niño puede llevarla formando parte de su mochila del colegio”. Se añade que, según los estudios efectuados, “puede proteger contra ciertas amenazas, incluyendo armas de 9 mm”.
Hasta aquí, esquemáticamente, la noticia. Pero su sorprendente interés aumenta cuando se leen los comentarios publicados por los lectores, lo que aporta una breve radiografía de la sociedad estadounidense, si bien la muestra es desequilibrada y relativamente pequeña.
El primer aspecto que se advierte es una explosión generalizada de patriotismo contra las pocas voces críticas que se avergüenzan de que en EEUU sea posible hablar sobre tal artilugio, que la opinión mayoritaria en el mundo civilizado tendría por monstruoso.
Frente a quien escribe: “Hay que preguntarse si estamos viviendo en EEUU, la nación más rica y próspera de la Tierra, o en un infernal agujero africano, destrozado por la guerra civil”, hay quien responde, orgulloso: “Nuestra Constitución nos da el derecho a defendernos con armas. Y el que no quiera vivir en este país, que se vaya. Nos alegraremos mucho. Que se vaya a uno de esos países perdedores (sic) que carecen de derechos humanos, como en Asia. ¡Dios bendiga a América! (entiéndase:… a EEUU)”.
Para apoyar las leyes que protegen la tenencia privada de armas en EEUU, hay un lector que se permite advertir que “la legislación de Hitler sobre armas facilitó la masacre de unos millones de judíos, homosexuales y gitanos…”, imaginando, es de suponer, que si todos ellos hubieran estado bien armados no se hubieran dejado apresar por las SS y no hubieran muerto gaseados en los campos de concentración nazis, mostrando así sus hondos conocimientos de la Historia del siglo XX.
Revela bien la mentalidad del estadounidense típico el padre que escribe: “¡Gastarme 175 $ en una mochila…! Mejor es gastar 100 en un revólver para que lo lleve mi hijo a la escuela. Para matarles a ellos antes de que ellos le maten a él”. La crítica viene enseguida pero, para sorpresa del lector, por un camino insólito, pues el comentario continúa así: “¡Que país divertido éste!... todo por el dinero”. Aunque no indica en qué mercado clandestino de armas de segunda mano podría encontrar un revólver en buen uso por solo 100 $, se deduce que pagar 75 $ de más es lo que realmente molesta al ciudadano en cuestión y no que su hijo deba ir armado al colegio.
Con un sentido algo pesimista de la convivencia escolar, alguien comenta con humor: “¡Qué buena idea! Los matones del colegio atacarán a los niños para quitarles las mochilas de 175 $, en las que podrán guardar los zapatos de baloncesto que han robado a otros alumnos”.
Hay quien se preocupa por la legislación antiterrorista: “Si en muchas escuelas se exige ya que las mochilas sean transparentes, ¿cómo se compagina esto con la placa acorazada?”. ¿Imagina usted, estimado lector, el día en que se exija a todos los niños llevar mochilas transparentes al colegio? La obsesión por la seguridad estará llegando a los límites de la más increíble paranoia. Bien es verdad que así se justificaría la opinión del que escribe: “En esas condiciones, lo mejor será que los niños estudien en sus propias casas”, atizando el deseo permanente de muchos fundamentalistas de diversos orígenes, que desconfían de la educación impartida por los órganos oficiales de enseñanza.
Quizá la apostilla menos desatinada —que podría aplicarse a muchas páginas de los medios españoles— es la que dice: “Cuantos más comentarios leo, más advierto que muy pocas personas tienen siquiera una remota idea de la gramática”.
En fin, querido lector, si cuando al regreso de las vacaciones va a comprar el equipo escolar de su hijo y advierte que la mochila le sale por un ojo de la cara y, además, pesa algo más de lo normal, ya sabe lo que tiene entre manos: el último producto del frenesí por la seguridad personal. Eso sí, made in USA en tanto su fabricación no se “deslocalice” a China.
Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
Artículo sacado de estrelladigital.es
24 agosto 2007
No quedan asientos
No hace mucho tiempo, un periodista de Nueva York descubrió a una enana que había hecho de una cabina telefónica su morada. Sus comodidades consistían en una estufa marca Sterno, una silla plegable de playa, unas latas de frijoles y un ejemplar del Reader's Digest. "Lo considero un regalo caído del cielo -comentó la mujer-. Imagínese, no sólo tengo un lugar donde vivir sino algo todavía más difícil de conseguir: un teléfono propio".
Si la compañía telefónica no se opone a perder un par de millones de monedas de cinco centavos al año, esto quizá marque el comienzo de un nuevo estilo de vida.
Reflexionando, caigo en la cuenta de que en nuestro país probablemente haya más cabinas telefónicas que enanos, pero también creo que con un poco de práctica los más altos también pueden adecuarse a ese hábitat. Por supuesto, habría que dormir de pie, pero eso no es tan difícil, hasta los caballos lo hacen.
Existen infinidad de viviendas alternativas además de las cabinas de teléfonos. Un amigo mío ha encontrado su refugio en el reservorio municipal de gas. Cuenta con dos inconvenientes: toda la familia tiene que llevar máscaras de oxígeno y su mujer no lo deja fumar en casa. Pero al menos posee un techo que lo protege y que, por cierto, está a unos ochenta metros de altura.
Otro conocido mío tiene su apartamento de soltero en una mezcladora de cemento. Ni siquiera necesita despertador: cuando su apartamento comienza a girar por la mañana, mi amigo se despierta sin falta. No obstante sostiene que es difícil vestirse cuando la mezcladora ha cogido carrerilla.
¿Han considerado las ventajas de vivir en un establo? La mitad de la gente que conozco creció en un establo y hoy en día gana muchísimo dinero.
En California la gente tiene ideas más elaboradas acerca de la vivienda. Por ejemplo, de un tiempo a esta parte están comprando tranvías y convirtiéndolos en bungalós. Los últimos modelos ya vienen provistos de cocina americana, y un efectivo sistema de campanilla para llamar al mayordomo... si uno tiene un mayordomo, claro. Aunque yo, personalmente, prefiero una asistenta francesa. Sin embargo, creo que es mejor olvidar el tranvía inmóvil y establecerse en uno que todavía continúe en activo. Y usted me dirá que no conseguirá un asiento. Es lo que me figuraba: usted es una de esas personas que prefieren sentarse y holgazanear el resto de su vida. Mejor olvidémoslo. El secreto es llegar a la estación por la mañana temprano, y por cinco centavos -o siete si vive en Cleveland-, ya tendrá un sitio propio donde pasar el día. Comprendo que lo zamarrearán un poco, pero a cambio verá muchas caras nuevas y permítame añadir que muchas de ellas serán más bonitas que la suya.
Vivir en un tranvía tiene grandes ventajas. El paisaje cambia constantemente. Y si usted es demasiado tacaño para comprar el periódico, puede esperar a que otro pasajero tire el suyo. Si el tranvía recorre los barrios caros, hasta quizá pueda hacerse con una revista o dos. Y quién sabe, si usted es mujer, quizás en un par de años hasta se case con el conductor.
Otra vivienda posible es una jaula en el zoológico. No se lo recomiento a una pareja, ya que, francamente, una jaula no ofrece demasiada intimidad; pero para un muchacho soltero tiene la mar de posibilidades.
Su mejor opción tal vez sea la jaula de los monos. Quizá pueda quedarse allí para siempre, no creo que nadie notara la diferencia. Para no llamar la atención, le sugiero que se quite la ropa antes de entrar; pero su usted acaba de dejar el Ejército es bastante probable que ni siquiera haya podido comprársela.
Si dispone de una pluma que escriba bajo el agua, debería considerar alojarse en una piscina; imagínese, podría tomar un baño y contestar la correspondencia simultáneamente. En cualquier jardín trasero de Hollywood puede encontrar una. De fábrica ya vienen provistas de trampolín, flotadores múltiples para corregir guiones con sus amigos, y de tres señoritas en bañador que se parecen a Jane Rusell.
Ahora bien, si usted tiene la suerte de vivir fuera de California y no logra dar con una piscina, puede seguir el ejemplo del tipo aquel que vive en un aljibe. Indispensable: un par de botas de pescador y una buena provisión de zanahorias (para fortalecerle la vista y que pueda leer en la oscuridad). Mi amigo me asegura que no tiene problemas de transporte para ir a trabajar; coge el cubo de las ocho de la mañana y regresa a casa en el de las seis menos cuarto. Según él, la pega es que los vecinos se dejan caer a todas horas.
Si la cobardía no es uno de sus defectos, quizá pueda resolver su problema de vivienda y ocupar una casa embrujada. Los barrios pobres de nuestro país están plagados de excelentes casas embrujadas en las que nadie se atreve a entrar. Una pareja joven y sin hogar propio no dudará un segundo en irse a vivir con los padres de la chica, pero si se les sugiere una casa embrujada (opción mucho más segura en mi opinión), se ponen pálidos y farfullan excusas increíbles.
Si usted es miedoso, le recomiendo vivir en un árbol. Un árbol es un sitio adecuado a menos que usted sufra de sonambulismo. Además, desde la copa disfrutará de una vista maravillosa de los alrededores. Le sugeriría un árbol que dé frutos; a ser posible, un nogal. Las nueces contienen innumerables vitaminas y, además, después podrá utilizar las cáscaras como cenicero.
A estas alturas ya se habrá convencido de que la escasez de vivienda tiene solución. El principal problema es que nos hemos vuelto muy blandos e indulgentes con nosotros mismos; pensamos de manera equivocada y seguimos creyendo que un hombre sólo puede ser feliz en una casa.
¡Qué ridiculez! En las zonas rurales, los gallineros se están poniendo de moda. Los más elegantes vienen equipados con estufas de parafina, luces que funcionan veinticuatro horas al día y comederos. Y si usted colgara allí unos cuantos bordados de punto de cruz, le daría todavía más calor de hogar. Para evitar sospechas, le recomiendo quye comience a cacarear al amanecer, pero si el granjero es uno de esos tipos de gatillo fácil a los que les encanta ir por ahí disparando a todo lo que se mueva, será mejor que utilice toda su astucia y se comporte como un zorro. Preste atención a sus pasos, y si cree que el granjero se está acercando al gallinero, deje lo que esté haciendo, siéntese sobre un par de huevos y no se mueva hasta que se haya ido.
Hay innumerables sustitutos para las casas: los cobertizos prefabricados, los caños del desagüe, los sacos de dormir e incluso algunas casas de muñecas bastante grandes que he visto por ahí. Recuerdo una terrible experiencia en una de ellas: el padre de la muñeca me persiguió hasta la calle con un bate de béisbol.
Otras muchas personas viven en la platea alta de los cines. Las butacas son ideales para dormir y también lo son la mayoría de las películas. En el vestíbulo, usted se podrá proveer de palomitas, pastillas de menta, chocolatinas y cacahuetes. Y en los servicios encontrará agua fría, tazones y poesía.
En conclusión: "¡Arriba esos ánimos, Norteamérica! Recuerden que somos una nación industrial, y una casa no es más que lo que hacemos de ella".
Si tuviera tiempo, les podría enseñar muchas otras maneras de resolver el problema de la vivienda, pero tengo que salir a buscar una habitación amueblada. El gran danés en cuya caseta he estado viviendo hasta ahora, regresa hoy de Florida; así que me iré. Como siempre he dicho, ninguna casa es lo suficientemente grande para dos familias.
Texto encontrado en La Insignia.org
22 agosto 2007
El Ciudadano
Vestía muy humildemente y agradecía el mejor regalo que consistía en zapatos de segunda con zuela espumosa que le guardaban en casa de las Rodríguez, de donde sacaba otras puntadas como ropa para navidad y sardinas en semana santa. Tenía Silvino, nuestro personaje, una cualidad especial de saberse la urbanidad de Carreño “de pe a pa” y de contestar todo lo que se le preguntaba. Las señoras decían que era una lástima de que Silvino no hubiera estudiado o tenido dinero par que hubiera sido rector de la sociedad descarriada. Los señores que oían esto se reían porque las mujeres tienen sus caminos y los hombres también aparte y porque conocían la vida feliz de Silvino, alejado de contratiempos y de penurias, en cambio lleno de una filosofía tierna que lo ayudaba a vivir. Decía nuestro amigo, todos los días, que las dos actitudes del hombre se desarrollan en estar de pie y acostado y que por ello había que tener calzado sin apretar y trapos para soñar. Alguna vez que estaba reunida una junta de notables del pueblo deliberando sobre el nuevo gobierno municipal, lo llamaron al pasar y un guasón le increpó “silvino tu que sabes tanto como te parece que debe comportarse un gobierno?” pues señores respetables , para sostener un buen gobierno hay que tenerlo con las tripas llenas.
Así se presentaban muchas escenas con Silvino. Un día que las señoritas Eslava celebraban el cumpleaños de Cristinita, llegó Silvino para traerle a doña Ramona unos gajitos de llantén y en coro lo saludaron: el respondió con la decencia acostumbrada y con picardía, una de las muchachas le dijo “silvino por que no te casátes?” “pues le digo francamente que el matrimonio es una sociedad en donde la mujer pone los gastos y el hombre el dinero y como yo he sido mal socio”. Soltaron una caracajada estruendosa y le hicieron gozar espiritualmente.
20 agosto 2007
Crónicas de Ramala - Amira Hass
Crónicas de Ramala es un testimonio excepcional de la cruda realidad en los territorios ocupados. Amira Hass, la única periodista israelí que desde hace años reside en Gaza y Cisjordania, aborda con valentía cuestiones como la demolición de casas palestinas, la expansión de los asentamientos judíos, la corrupción y las detenciones arbitrarias de la ANP... Su relato de los hechos permite hacerse una idea detallada del conflicto, desde el proceso de Oslo a la segunda Intifada
Mexicaltzingo. Territorio rebelde
Las colonias judías en Palestina
Por el momento, los tres protagonistas del triángulo decisivo están en situación poco favorable. El primer ministro israelí pasa por horas malas y su crédito está bajo mínimos; el presidente palestino gobierna un pueblo dividido y no concita la lealtad de todos los palestinos; y Bush, en su larga senda de fracasos, busca desesperadamente algún éxito que ilumine su próxima retirada de la escena internacional, lo que le hace más peligroso que eficaz.
La convocatoria de una conferencia internacional de paz, sugerida por Bush, suscita pocas esperanzas porque, hasta el presente, la política seguida por EEUU en relación con los territorios ocupados por Israel no sólo no ha producido resultados positivos, sino que ha adolecido de una defectuosa planificación, errónea elección de objetivos y desconocimiento de la situación real, según señalan muchos analistas políticos, dentro y fuera de Israel.
Pero la razón principal del continuado fracaso de los esfuerzos pacificadores tiene un nombre: los asentamientos israelíes en territorio palestino. Asentamientos es su nombre más común, aunque su verdadera naturaleza es la de “colonias”: las colonias judías en Palestina.
La organización judía pacifista Peace Now ha mostrado cómo muchos asentamientos se han extendido ya fuera de los mismos límites establecidos por Israel, trastornando así las mínimas aspiraciones territoriales de los palestinos. La política de expansión al otro lado de las fronteras israelíes es hoy, con toda probabilidad, el principal obstáculo para un arreglo definitivo.
Ésta es una cuestión que se viene dejando de lado en los planteamientos abordados por los miembros del “triángulo” decisivo. Muy pocos creen hoy, en Israel o en Palestina, en la posibilidad de un Estado palestino fragmentado por una vasta red de asentamientos israelíes, enlazados por túneles y carreteras prohibidas, erizadas de puestos militares de control, instalaciones policiales, muros y otros obstáculos a la libre circulación.
No sólo esta red de asentamientos judíos que cubre el territorio ocupado de Cisjordania es un obstáculo para la creación del nuevo Estado. Lo peor es que la situación actual ha llegado a calar hondo en las mentes de la población de ambas partes, donde muchos consideran a los asentamientos como algo fatalmente irreversible.
Un buen conocedor del problema, miembro de la organización A Jewish Voice for Peace (Una voz judía para la paz), ha afirmado: “Si EEUU no pone a los asentamientos en lugar preferente de su agenda con Israel, ningún dirigente israelí será capaz de actuar contra ellos. Los estadounidenses que desean un Israel seguro y el alivio del asediado pueblo palestino deberían clamar contra los asentamientos, olvidando todo lo demás. Si éstos permanecen, la solución de los dos Estados será imposible”.
No se ve, pues, ninguna otra salida. Si los asentamientos fuesen inamovibles, sólo habría dos opciones: o continuar en la situación actual, lo que augura un conflicto prolongado y agravado porque el pueblo palestino no la podrá soportar mucho más tiempo, o suprimir la Autoridad palestina y volver a la ocupación directa por Israel de los territorios, como ocurrió ya en el pasado.
Pero si se impide la creación de un Estado palestino independiente, y el dominio israelí se extiende a todo el territorio, Israel se enfrentaría a dos opciones opuestas: o convertirse en un estado secular, abandonando su naturaleza de “Estado Judío” —lo que la mayoría de la población rechaza—, o verse abocado a aplicar un duro régimen de “apartheid”, que la comunidad internacional no podría aceptar. Como tampoco podría aceptar lo que las más exaltadas voces judías han llegado a proponer, pidiendo la expulsión de los palestinos y la “limpieza étnica” del territorio supuestamente judío por designio divino.
Muchos son los aspectos que deberán considerarse en cualquier plan de paz definitivo (Jerusalén, emigrados, indemnizaciones, comercio, recursos, etc.) pero, hoy por hoy, ninguno de ellos constituye un obstáculo tan difícil de superar como el grave problema de los asentamientos judíos en tierras palestinas.
Estrella Digital
Encontrada en France-Palestine.org
10 agosto 2007
08 agosto 2007
Lluvia de armas en Oriente
pingnews.com. flickr
Como es sabido, Francia y EEUU han hecho pública recientemente su decisión de incrementar la venta de armas a algunos países situados en ese arco de creciente y muy grave inestabilidad, que se extiende desde el Magreb hasta Pakistán, en el que abundan los conflictos reales o potenciales y donde hoy está situado el más peligroso barril de pólvora capaz de incendiar el mundo. Este hecho no oculta, sin embargo, la presencia en dicha zona de otros países, también eficaces exportadores de armas, entre los que Rusia ocupa una posición destacada y donde China empieza ya a abrirse camino.
¿Obedece esta dinámica armamentista a algún motivo de seguridad nacional de los países importadores? Nada más lejos de la realidad. Tómese el caso de los Emiratos Árabes Unidos, situados en el corazón de Oriente Medio, en la embocadura del Golfo Pérsico, núcleo de la que es hoy la zona de más grave conflictividad que ha conocido la historia de esta región.
Los siete emiratos que componen la federación tienen en conjunto menos habitantes que la Comunidad Valenciana y, sin embargo, se hallan a la cabeza de los países del citado arco de inestabilidad, en la lista de compradores de armas durante el año pasado, en las que invirtieron casi 1800 millones de euros, de los que más de la mitad se embolsaron las empresas armamentistas de EEUU.
La dinámica que lleva a los Emiratos a armarse hasta las cejas no obedece evidentemente al temor de ser invadidos por algún país vecino. Los motivos son básicamente dos: por un lado, la acumulación de grandes recursos económicos, obtenidos de la exportación de petróleo y gas natural y, por otra parte, la presión vendedora de las grandes multinacionales del armamento (acompañada de la presión política y diplomática de los países a los que éstas pertenecen), que no pueden perder tan excelente fuente de ingresos.
Todo ello está condicionado, además, por la situación geoestratégica, ya que si los Emiratos hubieran estado, por ejemplo, en Darfur, pasarían tan desapercibidos para el mundo como lo ha estado la población de esta desértica región sudanesa hasta que el olor de la muerte ha llegado a apestar en los pasillos de las cancillerías occidentales.
Con Rusia rearmando a Irán y Argelia, China haciendo lo mismo con Pakistán, EEUU con Israel, Omán, Egipto, Kuwait, Túnez, los citados Emiratos y Arabia Saudí, el entrecruzamiento de intereses encontrados permite sospechar que esta lluvia de armas sobre una zona tan críticamente inestable en muy poco va a contribuir a su seguridad y, menos aún, a la futura pacificación.
La realidad es que el único beneficio tangible de esta reforzada actividad armamentista es el que apuntarán en sus libros de contabilidad los fabricantes de armas y, de rebote, los países donde éstos radican. Del mismo modo que las armas que EEUU liberalmente ofreció a los muyaidines afganos, para que éstos contribuyeran con su esfuerzo a expulsar a la Unión Soviética de Afganistán, se volvieron luego contra los propios soldados estadounidenses, con los efectos por todos conocidos, no es descartable que en un futuro no muy lejano los misiles contracarro “Milán”, que Francia ha vendido a Libia, acaben en manos de algún grupo rebelde que los utilice contra los vehículos de combate franceses que, bajo bandera de la ONU, acudan a pacificar algún otro país.
Al fin y al cabo, algo parecido ocurrió —aunque en circunstancias muy distintas— en la guerra de las Malvinas, cuando aviones y misiles de fabricación francesa, exportados a Argentina, hundieron uno de los mejores navíos de la flota de Su Majestad Británica. Nunca se puede garantizar cómo ni cuándo ni dónde van a ser utilizadas las armas que se fabrican y se exportan, por muchas limitaciones legales que se pretenda aplicar.
La lluvia de armas sobre Oriente que se nos anuncia no anticipa un porvenir halagüeño. Hubiera sido preferible que, en vez de armas, el chaparrón vertido sobre esa zona hubiera sido de denodados esfuerzos diplomáticos a cargo de las más influyentes organizaciones internacionales, de ayudas económicas para quienes en verdad las necesiten y, sobre todo, de justicia y legalidad internacionales, aplicadas con imparcialidad y no en función de los intereses exclusivos de las grandes potencias y del clientelismo de las potencias menores.
No es ese el camino por el que hoy se mueven los esfuerzos de la comunidad internacional, y pocos motivos se aprecian para el optimismo.
Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
La Estrella Digital
04 agosto 2007
La niña más odiosa del mundo
No hubo en mi infancia una niña más antipática que Socorrito Pino.
Confieso que en muchas oraciones le pedí a Dios que la dejara calva, que no le salieran de nuevo los dientes de arriba, o que, en el mejor de los casos, se la llevaran – con dientes y cabello, no importa -- al punto más remoto de la tierra, donde jamás volviera yo a saber de su vida.
Aún hoy estoy convencido de que aquel fastidio era justo : Socorrito Pino arruinaba mis alegrías, y parecía tener entre ceja y ceja el propósito de no dejarme tranquilo ni un minuto. Cuando yo peleaba con mi hermana Chari, ahí aparecía Socorrito como convidada de pesadilla, para impedir que le pegara. Lo hacía interponiéndose entre mi hermana y yo, o poniéndole quejas a mi abuelo.
Cuando, después del baño, me ponía frente al espejo para peinarme, la muchachita insistía en que yo estaba perdiendo el tiempo, pues las peinadas no hacían milagros.
Muchas de mis siestas, que en aquella época eran sagradas, fueron interrumpidas bruscamente por Socorrito Pino, que me jalaba los dedos de los pies y luego salía corriendo, con una risita de triunfo que me taladraba los nervios.
Como vivía metida en mi casa a toda hora, conocía el penoso secreto de que yo, con 12 años, todavía me orinaba en la cama, y hasta se atrevía a preguntarme si aquello no me parecía vergonzoso. Un día llegó al extremo de decirme que ella no creía que yo mojara la cama por enfermedad sino por la pura pereza de levantarme por las madrugadas.
En otra ocasión, Socorrito Pino pasó por el parque en el preciso momento en que yo le pegaba un chicle en la cabeza y le gritaba groserías a un compañero que había desperdiciado un gol fácil. En seguida, hizo un gesto acusador con el dedo índice, y aunque no entendí lo que me dijo, deduje que se lo iba a contar a mi abuelo. Dicho y hecho : mi abuelo me asestó una muenda realmente memorable.
En medio del llanto le eché a Socorrito la culpa de lo que me había pasado, pensando ingenuamente que le remordería la conciencia. Lo único que conseguí sacarle fue una frase fría que, además, encubría nuevas amenazas : “nada de eso”, dijo, con una cierta resolución adulta. “Los niños no deben decir malas palabras”.
No voy a dármelas de Santa Claus. De hecho, como pueden colegir por la escena del parque, yo no era, como decía mi abuela Elvia, ninguna pelusita inofensiva. Pero juro que a Socorrito Pino jamás le di pie para que invadiera todos los espacios de mi vida, para que no me dejara respirar ni cuando jugaba fútbol ni cuando dormía. Jamás le busqué el lado. Nunca fui a su casa -- que quedaba en la misma calle donde yo vivía -- a molestarla. No me levantaba por la mañana maquinando planes que pudieran afectarla, a diferencia de ella, que sí parecía concentrada en el proyecto de destruirme. Socorrito Pino se movía por donde quiera que yo me moviera, y me amargaba los días con una eficiencia digna de mejor causa.
Hay que aclarar que Socorrito siempre encontró en mí una respuesta proporcional a su falta. Por ejemplo, la tremenda zurra que me dio mi abuelo el día que ella me delató por lo del parque, fue correspondida, dos días después, con un feo golpe en el cogote, que la puso a chillar durante varios minutos.
Siempre me desquité de ella, aunque no fuera en forma inmediata. No recuerdo que le haya pasado una sola ofensa por alto : siesta que me dañaba Socorrito a las tres de la tarde, estaba debidamente vengada a las cinco o, a más tardar, a la mañana del día siguiente. Esto no resultaba tan difícil, porque a pesar de que Socorrito siempre huía a las carreras, tarde o temprano regresaba.
La verdad sea dicha : muchas veces fui más brusco de lo que ella había sido conmigo. Y, sin embargo, no me arrepentía, porque la gracia no estaba sólo en ajustarle las cuentas sino en amedrentarla para que nunca más se apareciera por mi vista. Vano empeño : después de mi golpe, venía su llanto ; luego, el retiro de ella hacia su casa y al rato estaba de nuevo al lado mío, como si nada, dispuesta a una nueva maldad.
Socorrito Pino tenía un cabello negro y abundante. “Un cabello lindo”, decía la gente. Bueno, eso sería cuando estaba seco, porque cuando estaba mojado, recién peinado, llevaba una horrible raya torcida en la mitad. En todo caso, la atracción que yo sentía por ese pelo no parecía estética sino vandálica : allí me cobraba todos los desmanes de su dueña. La muchacha vestía con descuido, siempre descalza y siempre con los dobladillos del vestido zafados. Aparte, daba la impresión de estar siempre sucia. Yo sentía muchísima rabia cuando mis tías decían que era bonita.
Con sus dientes pasaba algo parecido : todo el mundo decía que eran bellos, menos yo, que simplemente los veía como un arma despreciable.
La situación llegó al punto en que yo le pegaba hasta cuando no me hacía nada, sólo por su repelencia de existir y colocarse a mi lado con ese aire de niñita autosuficiente. No sé por qué Socorrito nunca se quejó ante su hermano Fernando, un gigantón de 15 años que tenía atemorizado a medio pueblo de Arenal. Confieso que esa posibilidad me producía pánico.
Una vez estaba yo jugando parqués, solo, y ella se arrimó, agarró los dados y terminó metida en el juego, sin tener la cortesía de dejarme ganar, como recompensa por haberle aceptado su descarada autoinvitación a la mesa. Lo peor no fue eso, sino que se burló de mi derrota, con verdadera desconsideración.
Ese día la mordí en un brazo, le dije que me dejara en paz y, como si fuera poco, me mofé de su manera de pronunciar las palabras. Ella se fue llorando con histeria, como siempre. Y, también como siempre, con una aparente mansedumbre en la mirada, como si el malo fuera yo, como si ella no fuera capaz de matar una mosca. Eso era, en realidad, lo más raro : que ni cuando lloraba por mis castigos ni cuando ella me hacía una maldad a mí, había en sus ojos ninguna gota de rencor.
En menos de media hora volvió a la carga, con más bríos y con nuevas insolencias : yo dormía en el cuarto de mi tía Libia y Socorrito me arrancó de la siesta con un apestoso chorro de vinagre sobre la cara. Esa fue la última vez que la vi y eso fue todo lo que vivimos : una historia de impertinencias, de brusquedades, de patanería.
Así hubiera seguido, quién sabe hasta cuándo, el círculo vicioso, de no ser porque la familia Pino Villalba se trasladó a Cartagena, en busca de nuevos aires. Puedo asegurar como que dos y dos son cuatro, que a la vuelta de unas horas ya ni me acordaba de que Socorrito Pino existía.
Lo que pasó después con nuestras vidas, la de ella y la mía, carece de todo interés. Por lo menos, para este relato. Baste decir que ambos nos alejamos de Arenal.
Lo realmente maravilloso de esta historia ocurrió después de casi 20 años, en diciembre de 1995. Fue en la casa de Alberto Ramos, mi abuelo.
Cuando llegué, estaba mi abuelo conversando con una mujer que, de lejos, lucía estupenda.
-- ¿Sí te acuerdas de ella ?, me preguntó mi abuelo con una sonrisa.
No lo dudé ni un segundo : era Socorrito Pino, idéntica, como si apenas hubieran traspuesto su cara del pasado a este cuerpo formidable de hoy. Que estuviera igual implicaba que ya desde niña había sido atractiva. Sólo que yo no quise verlo, por la antipatía que sentía por ella. O tal vez fue que no pude verlo, por física torpeza.
-- Sí, claro, ella es Socorrito Pino, dije, un poco aturdido.
En cambio la mujer lució fresca, deliciosamente fresca, cuando mi abuelo le preguntó si se acordaba de mí. Su respuesta todavía me sobrecoge el corazón:
¿Cómo me voy a olvidar de él, señor Albertico, si fue mi primer novio ?