Pintura de Mercedes Gomez Pablos
Hay días que una se despierta a ciegas, perdida, sin referencias y completamente desconectada del mundo, como a gatas. Mueves frenéticamente la cabeza como si con los movimientos pudieras poner las cosas en su sitio o despejar dudas, y no, no puedes. Las esperanzas en desvelar el misterio se esfuman. No sabes en que día te encuentras, ni qué hora es, no conoces ese olor pegado a tu nariz que impregna todo a tu alrededor, no reconoces el tacto de las sábanas que te envuelven y no distingues los colores que se abren camino entre los rayos de sol que entran brillantemente por una ventana por la que jamás miraste.Si, hay días que una se despierta como a gatas. Mueves el culo hacia el borde de la cama, dejas caer las piernas descansando los pies en el suelo y te llevas las manos a la cabeza para ver si al menos eso sigue en su sitio, y sí, está. Fijas la vista en el suelo y de repente, como por milagro, reconoces las sandalias que hay en el suelo. Qué alegría, son las tuyas… y como pinchada por un alfiler te levantas de la cama de un salto, intentando encontrar el resto de tu vida perdida en aquella habitación. Allí está todo, sobre la silla, también el bolso y flores... y una carta… Definitivamente, hay días que una se despierta como a gatas. Miro sin ver queriendo recomponer toda una vida escrita en un mensaje dentro de una botella, sobre una cómoda, frente a un espejo que te refleja dormida y horrible. Mientras lo miras fijamente, las imágenes comienzan a llegar, las referencias entran en tu cabeza como pidiendo perdón por haberse marchado y a la vez que los colores comienzan a ser visibles, tu comprensión se hace presente frente a unos maravillosos ojos que te miran con una dulce expectativa y unas manos que se ofrecen sin pedir nada a cambio. Una se abandona… sin leer lo que decía la carta y confiando en unos ojos que intuyes te han estado mirando toda la vida.
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Aquí no eres un extraño