19 junio 2010

En memoria de un hombre tranquilo


Apuntan las primeras luces del alba. Entro a casa por el jardín para saludarte y sentarme a tu lado, y para despedirme de ti. Qué amargo se me hace pensarte silencioso y lejano. No puedo imaginar un mundo sin tu visión de las cosas. Sin tus palabras. Sin tu compañía. Sin tu mirada. Sin tu cercanía. Se acaba el eco de tus pensamientos y parece que nos hemos quedado todos sin voz. No puedo hablar, casi ni respirar. Cada día que pasa me resulta más difícil y complicado mantener las manos llenas de todas las cosas que me importan y justo ahora tú te vas.
Recuerdo que me falta tu último libro. No se si seré capaz siquiera de mirarlo en los próximos mil años.Cajas con tus pensamientos. Tus últims pensamientos.
Hay un rincón para tí, pequeño pero muy acompañado. Aún está lleno de lágrimas, pero sé que a ti no te importará, conoces bien de qué está hecho el dolor. Aquí sentada te miro, siento la tierra húmeda y fría, miro alrededor y me sorprende lo mucho que cabe en el jardín. Tendré que venir más a menudo. Sortear todas las sombras, dejar de lado las herramientas y el diario vivir; y venir a leerte, como haces, hacías tu. Te presentaría a todos… pero ya habrá tiempo, mucho tiempo, primero déjame que me acostumbre a tenerte aquí dentro y no entre mis manos. Guardián de corduras, haré con mi locura y tus palabras una pira para que su humo inunde de sentido común a dios y éste me ayude a gritarle al mundo entero que ya no estás.

Y ahora, quién…?

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Aquí no eres un extraño